lunes, 22 de abril de 2019

Sinfonía Trágica de Mahler



En el patio del colegio. Tiempo de vacaciones. La tarde sofocante anda detenida en sus horas muertas. La hija de una vecina de Las Casas Baratas lleva de calle a toda una parva de zagales de doce o trece años. La muchacha, repantigada junto a los matorrales que protegen las descuidadas zonas ajardinadas. Salió de casa sin comer, espantada por los bufidos de un padre borracho enzarzado a correazos con su madre. La pelea es siempre el preludio de su trágica pasión marital. Luego acabarán los dos haciendo el amor en el poyo de la cocina. Cada mutuo movimiento pélvico, como en la Sexta Sinfonía de Gustav Mahler, responde al chasquido del hacha contra un árbol descuartizado.

El sol saca a los lagartos de los escondrijos de la tapia del recinto escolar. La muchacha viste un jerséis a rallas y pantalones reforzados de cuero en las rodilleras. No es guapa ni es fea, pero tiene su encanto, esa belleza natural y fascinante de las flores incipientes y ya aporreadas por el vendaval de una familia desestructurada. La madre vende cupones y condones a los camioneros en el mesón del Ensanche.

La hija, bajo la sombra de un sauce llorón, se deja besuquear por los impulsos precoces de unos apenas mozalbetes que ya sienten en sus entresijos el cosquilleo de su sexualidad prematura. Los niños adolescentes, desgarrándose la cremallera de los pantalones, exhiben ante los negros y aceitunados ojos de la muchacha del jerséis a rallas su lánguido y lampiño miembro masculino sin malicia alguna aparente. La muchacha agita su melenuda cabellera de anillos ensortijados, hace alarde, cual gata en celos, de arañar de un zarpazo las osadía provocadora y pícara de los zagales. De lejos, apenas es perceptible el pronunciamiento de los pechos de la muchacha.

Ahora todos juegan al balón. Ella, como un zagal, tira piedras como un cabrero a un gato que viste de negro como su padre. En el barrio dicen que la muchacha de las rodilleras de cuero se la menea a quien quiera por cinco euros.

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