miércoles, 20 de marzo de 2019

Nunca es primavera para quien tiene frío





A la una del mediodía en cualquier repecho de la resinosa carne de tu piel ácida el sol se relaja con adormideras de complacencia desocupada. Pero Afrodita tiene frío.

El aire enfervorizado de tibieza, divina pereza, purifica con el aceite sagrado, beatífica mansedumbre, las paredes recónditas de la buhardilla de tu femineidad arisca, agachada, aterida y laica. El cielo, desde el ventanuco de tu inconsciencia es una gran placa de azul oscuro, infernal, infranqueable que esconde la desnudez de su belleza a tus ojos desaboridos y opacos.

La cordillera de religiosidad enrarecida bordea con su verde-mirada-cobre la huerta que se desmelena coqueta y provocadora. En vano se empavona la primavera. Las curvas desatadas de acequias y limoneros son muslos de frescor y transparencia, onduladas hechuras, caderas al viento de una mujer lozana y ebria de azahares íntimos, cerrados por la impotencia de la indigencia. En la casa del pobre nunca es primavera.

Tierra caliente erizada, pechos macizos, muslos abiertos, dientes largos a tu frigidez desconsolada. La primavera te espera bajo la sombra de dos moreras a la puerta de tu casa desangelada. Ya es primavera, pero tú, desposeída y triste, estás en otra cosa.

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