Aquella tarde calenturienta de mediados de julio, mal vestido y despeinado, bajas en bicicleta a la capital por ver si encuentras un regalo para un cumpleaños pendiente que tienes para mañana. Después de pedalear los seis kilómetros que separan tu casa de la ciudad, te encuentras con un antiguo conocido:
Los tiempos de los hippies ya pasaron –te comenta con humor el amigo, al verte de aquella guisa, sudoroso y desaliñado.
Nostalgias del pasado –te limitas a decir.De regreso, al ritmo de cada pedalada, fue cuando ideaste La utopía y el niño:
Las nostalgias del pasado
mustias del óxido triste
malogradas han viajado
angosto camino en vado.
Atrás quedaron varadas
las naves de la inocencia
en redes estranguladas
por pirañas devoradas.
Luces vinieron del norte
deslumbrando al niño bobo,
con el aire de su corte
lo entontecieron de golpe.
Poder, confort y dinero
presagiaron los profetas
del capital traicionero,
embustero y mentidero.
Tecnocracia y eficacia
le prometieron a cambio
al niño con tal falacia
que ahora rabia en la desgracia.
La cara untóse de barro
llorando por la utopía
prisionera en un cacharro
horroroso sucio y charro.
De tanto apretar los dientes
de pena y rabia encerrada
al niño labios mordientes
brotáronle de serpientes.
Jueces con cara de pez
sellaron el gran jardín
que el niño quería ver
y al mundo entero ofrecer.
Vinieron también maestros
a consolar al infante
con pensamientos tan diestros
como intereses siniestros.
“Lo imposible no es posible”
-dijeron con pragmatismo-,
“integrarse es lo plausible
y diferir lo terrible”.
“Si mi ilusión rebanáis
destronando mis ideas,
por muchas cosas que hagáis”
dijo el niño- “¿a dónde vais?”
La utopía es el motor
que enciende con su bujía
el coche raudo y veloz
de nuestra vida y amor.
Utopía amordazada
de cordura y silogismo
el niño la guarda izada
no vaya a serle robada.
Quiere crecer a su lado,
con ella siente el futuro,
sin ella se ve estancado
cual arrollo amurallado.
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