sábado, 23 de marzo de 2019

El gato, el cordero y la flor







El tigre temblequea el rabo. Alguien de su agrado y confianza se acerca. El gato echa a correr como un cohete escaleras abajo y se lanza contento hacia ti. Te olfatea. Cuando regresas a casa, el tigre siempre viene a tu encuentro. Te espera desde que sales del trabajo, desde que el sol te da en la cara, desde que, subido en tu andamio jornalero, revocas con cemento blanco y santa maestría el muro de tus días, desde el orto hasta el ocaso. El tigre te aguarda sobre todo cuando de noche te recoges triste, solo y amargado.

Siempre fuiste bueno como los animales. Tu timidez te abría a ellos, igual que el mar se apresura a recibir al río cansado, exhausto. Lleva el río mascarilla de oxígeno y un gotero que arranca del manantial de la sabiduría hasta llegar a la ensenada de tus pulmones encharcados. Nadie conoce la hora ni el día, pero por la dulzura con la que el gato te mira, adivinas tranquilo que tu final se aproxima.

Después de morirte, viniste a vernos con el carro de la compra cargado hasta los topes. Nos obsequiaste con una sandía como nunca en mi vida había visto, (tan grande, que por lo menos pesaba doce kilos), ajos, nueces, caramelos de menta, zanahorias, una botella de aceite y un tazón de chocolate con churros.

Cuando eras pequeño, tu padre te compró un cordero. Suelto y sin bozal. De él aprendiste su bondad, su mirada, tus andares, su asueto. El mayor disgusto de tu vida fue el día de su matanza. No probaste bocado.
¿Y el tigre cómo está?, -te pregunta ahora tu madre nada más verte traspasar el umbral.
Hecho un golfo, -le contestas con orgullo. Antes de morirme, salió corriendo como un loco. De rabia ha roto la maceta, esa que tienes al subir el escalón del patio.
¿Y esa flor que traes?, –vuelve a preguntar la madre.
Me la dieron los amigos del bar para que no se apaguen las estrellas del cielo, -contesta ufano el hijo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario