viernes, 21 de diciembre de 2018

No hay palabras




Hace de ello no sé cuántos lustros. El tiempo digital de ahora. lánguido y líquido, corre como un torbellino. Lo que ayer fuera tragedia, hoy ya es noticia pasada. Olvido. Nada. Desde aquel día que la comadreja te chupó la sangre y te dejó muerta en medio de aquel descampado, no he dejado de intentar escribir lo que yo sintiera entonces y aún hoy sigo sintiendo. Desde que descubrí tu cuerpo escondido, desvirgado entre la maleza, abandonado, no me concentro. Llevo más de un millón de borradores. Ninguno da con lo que quiero. No encuentro palabras para describir aquella salvajada. Nada de lo que escribo me convence. Sé que en este diminuto corazón mío, poco espacio queda para albergar la pena de tantas mujeres asesinadas. De aquí para tras, nada más poner en un papel lo que me dolía o me inquietaba, al momento las letras, terapia y bálsamo, me tranquilizaban como si ellas fuesen ese trapo, esa esponja de cocina capaz de absorber y limpiar toda la suciedad tras haber despiezado un besugo.

Desde entonces no es lo mismo. Impactado me quedé. ¿Se dice así? Poco impactante me parece a mí este participio pasado para expresar mi conmoción. ¿He dicho conmoción? ¡Por Dios, que no estoy hablando de motores ni de coches! Cualquier cosa que escriba no sólo no tiene sentido, sino que carece de valor. Caminos que no conducen a ningún sitio.

Desde tu muerte y descalabro, ha desaparecido aquella obsesión mía de guardar todo lo que me ilusionaba en un cuaderno para luego echar mano de un amanecer, del nacimiento de un río, del grito de una ola, de la lluvia o de la sombra, cuando me apeteciera o preciso me viera de una sonrisa, de un abrazo, de una lágrima incluso, o de volver a oler la flor de la madreselva, escuchar el murmullo del caer de una hoja o el chasquido de una nuez contra el gris ceniza de un otoño.

¿Qué palabra podría sustituir aquella dulzura de tu sonrisa cautivadora? Si antes no encontraba adjetivo alguno para definir tu encanto, ahora menos para expresar la pérdida de la generosa mirada de tus labios. No hay pintor que pueda dar color a la oscuridad eterna de aquel horror que sufriste. Tus brazos como veleros desplegados frente a la bahía de aquella esperanza que hacía tan sólo unos días ya habías empezado a disfrutar, ¿quién se atreverá a congelarlos en una frase muerta? No hay luz post mortem, ni palabra que pueda condensar aquel brillo que te guiara sin que le exploten al artista o al poeta sus versos y pinceles en su conciencia.
La noche de noche herida. El día de luz cegado. Estrellas que ya no brillan. Los ecos y los rubores de tu cara ya no encienden las estrellas. Todas las farolas del universo se apagaron. ¿Qué será, pastora mía, de tus cabras, quién apacentará tus sueños, quien les dará de beber ahora a los peces del río? Contigo se fueron al carajo todas las primaveras, se acabó tu pan caliente…
Bla, bla bla. Es inútil. No encuentro palabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario