Fede, joven de veinticinco años, sufre depresión. Él no sabe lo que le pasa. Tampoco nadie lo entendería. ¡Es todo tan absurdo! Acaba de terminar la carrera de Medicina. Ha sacado el número uno como internista en el Reina Sofía. Con tan poco recorrido académico es ya jefe de un Departamento de la Facultad. Pero el otro día a punto estuvo de quitarse la vida. Su padre, antes de que el hijo se arrojara desde el séptimo piso de la casa familiar, pudo llegar a tiempo. Sujetó fuertemente los pies de Fede, evitando que su hijo, subido ya en el poyete de la ventana, se lanzara al vacío.
Desde entonces, Federico López-Acuña acude al psicólogo. El especialista le aconseja que al menos durante diez minutos cada día escriba una cosa que le haya ocurrido y que merezca la pena ser guardada. A Fede le cuesta trabajo hacer memoria. Sus olvidos lo retienen reducido a la nada. Nada recuerda de su primer viaje de estudio a Mallorca, nada de aquel primer beso que le diera a su compañera de curso cuando estudiaba Medicina en la universidad de Espinardo, nada de aquel conejo blanco que le regalaran sus padres al cumplir los cuatro años. Y si acaso se acordara de haber sido distinguido, hace tan sólo nueve meses, con el primer premio de fin de carrera, tal recuerdo le sabría también a nada, porque a partir de haber tocado el cielo de su laureada distinción, todo empezó a venírsele abajo. Nada más alcanzar la gloria de sus éxitos, como astro incandescente que se agota, Federico se ve a sí mismo convertido en una estrella enana, inapreciable, hasta llegar a extinguirse de un porrazo. Pasó, en menos de lo que canta un gallo, del amarillo aureola y resplandeciente al frígido color rojo de su propia asfixia y declive. Del Paraíso de las vivencias empoderadas a los Infiernos de la desilusión y el tedio.
El psicoanalista define como Antimemoria este estado de amnesia de su paciente. Superada la cresta de su triunfo apoteósico todo quedó reducido al silencio del hundimiento más absoluto. Un mundo sin fronteras ni límites, donde a Federico López-Acuña se le hace imposible reconocerse. Y es a partir de aquí como el joven intenta de nuevo redefinirse como un ser que se hace a sí mismo a partir de la inmaterialidad de sus propias invenciones y mentiras.
Federico Acuña plasmará por escrito, reconstruirá de nuevo su personalidad más positiva con retales inciertos, relatos y patrañas rebuscadas según el consejo de su terapeuta. Cuando la antimateria del olvido entra en contacto con la materia del recuerdo se establece un desorden de tal naturaleza en la mente que Federico López-Acuña es capaz de afrontar su vida de nuevo. Sólo así conseguirá Fede salir ileso de su tentativa de suicidio. Nada mejor para realzar el trasfondo desconocido de algo real, que alumbrarlo a base de fabulación y trampa. Nunca más que ahora la mentira fue más verdad que el mismísimo dios Mitra, nuestro lado más inquietante y oscuro.
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