Prometí en gatuna-herencia desvelar los motivos que llevaron a mi tía Clementina a no levantarse nunca más de su cama. Pues bien ya no es necesario. Cuando fueron los de la funeraria a transportar, del lecho al ataúd, a la difunta, encontré debajo de la cabecera un folio explicando ella misma sus por qué. Desde aquí agradezco a la Clemen, allá donde quiera que se halle, el ahorrarme yo tal cometido. ¡Nadie, mejor que ella! Cualquier interpretación o doblaje desluciría siempre el original.
He aquí de puño y letra sus razones:
¿Por qué debería yo hacer caso a quienes a la fuerza quieren expulsarme de mi tálamo? Jamás abandonaré lo que para mí siempre fue nido caliente y recóndito, apacible aposento, útero y madriguera a la medida de mis placeres y necesidades. Aquí concebí a los hijos que no tengo, aquí todavía espero que algún día se despierten, se cumplan mis sueños dormidos. No ha nacido aún ese ángel exterminador capaz de espolsarme como si yo fuera grosera borra de ombligo.
Cerré mis ojos a las malditas fuerzas invasoras que me desheredaban de mis dominios. El deber con sus saetas ya no campaneará horas de esclavitud alguna. Ningún trabajo pendiente atizará con el cíngulo de la responsabilidad mis manos ociosas, nacidas para palpar el dolce far niente.Tampoco la tímida luz de la mañana arañará la mirada somnolienta de mi cuerpo aún caliente. El color del día es gris, tono propicio para el anonimato de la molicie acurrucadora. Mortecino es el respirar de la calle. En cambio estas sábanas aún huelen a aquel hombre que se dejó amar por esta mujer ardorosa y tozuda. Llevo ya muchos años garbillando a la orilla del río, suplicando a la tierra que me devuelva aquella pepita de oro que para mí le dieron un día mis padres, los dioses del Olimpo.
¡Oh fuerzas del destino, dejadme en la cama, respetar mi quiero! No quiero seguir naciendo, no merece la pena el sol que veo, quiero seguir soñando, aunque sé que es mentira mi sueño, pero me consuela al menos, más que la realidad que mis sobrinos me ofertan. ¡Oh fuerzas ocultas que me quitáis el pan, la sal y la hacienda, no me neguéis también el reposo! Como a una mula me sujetáis de las bridas y al mismo tiempo me forzáis a que corra tras los pastos secos.
Me acosté tarde leyendo, en la soledad de mi cama, ese libro que fue mi amante, sirena y elfo. Páginas sedosas, misteriosas palabras, carne azulada de mi desconsuelo, poderío y magia, garabato de un barco pirata cargado de tesoros robados al mismísimo Zeus.
No tiene la vigilia poder alguno sobre mí misma. Desapareció el fin premeditado que me movía a levantarme. No existe ninguna demanda que me haga salir de mi carne cama, de mí misma. Sólo la muerte en su día tendrá la insensatez de liberarme o encarcelarme, de retenerme o de someterme al todo o a la nada. Soy lapa cuyo cascarón se confunde con la piedra a la que estoy asida. ¡Dejad de tirar de mi razón y de pies sin rumbo! No quiero espabilada amanecer a la objetividad juiciosa de una cotidianidad estéril y soleada, más estéril y sola que esta propia esterilidad de la carne mía. Quiero continuar acostada, protegida en mi merecida y legítima desgana, a oscuras.
Ninguna luz del cielo impulsa ya mis clorofílicas ramas hacia arriba. Prefiero fenecer en la voluntaria y apacible melancolía deshojada, más que perecer azotada, vapuleada por el vendaval de unos herederos que mienten más que Judas.
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