Leo por ejemplo los cuentos de Bolaño y veo que casi todo lo que escribe está relacionado con su vida. Literatura y biografía unidas. Una perogrullada. Cualquier texto nos muestra, velada o explícitamente, la manera de ser de su autor. Aun siendo así, no calificaría yo a Roberto como un escritor ensimismado e intimista, ajeno a la realidad; al contrario, sus textos, aún a pesar de surgir de su experiencia personal, están muy ceñidos al entramado social, trepidante y conflictivo que le toca vivir. Lejos está su escritura de esos circunloquios y vaguedades identitarias y psicologicistas, términos abstractos como la introspección, el vacío personal, la comunicación y otras filosofías que cual caminos de un desierto infinito no conducen a ningún sitio, ese lugar tan nuestro por incierto, desconocido y sin nombre. Los cuentos de Bolaño no nos llevan a ninguna parte. O tal vez sí: acaban en él mismo: un yo, al parecer no muy seguro y convencido, desestructurado y disperso. Elemental: ¡Como el yo de todos!
Roberto Bolaño pertenece a esa clase de escritores empeñados en contar, en mostrarnos la realidad sin más vericuetos ni otras consideraciones absolutas. Realismo posmodernista. Los juicios y las valoraciones serán más bien competencia del lector. Los ojos de la pluma de Bolaño me muestran las vicisitudes de sus personajes en medio de unos parajes feistas, inhóspitos, degradados. Y tan apegado veo al escritor a estas historias desastrosas que a veces confundo al narrador con los protagonistas de sus cuentos. Y este proceder, –que no sé si es defecto o virtud- de ser Bolaño con sus letras testigo de algo que tiene que ver con su consigo mismo o el de todos, es lo que más me atrae del autor de 2666.
Y esta muletilla de su tal vez tantas veces repetido, es lo que también me resulta interesante y me sorprende. Cuando Bolaño dice y eso no lo dije yo, es que tal vez sí lo diría. Este tal vez tantas veces empleado, por su inestabilidad e indecisión hace que sus personajes anden casi siempre frustrados, confundidos, equivocados, no saben si dirigirse a París o regresar a Barcelona, se ven inducidos a hacer lo que menos les agrada. Son sombras que tiene vida propia: letraheridos, exiliados, dementes, personas tristes, errantes, suicidas, gentes que confunden al Che con Frantz Fanon. Y es precisamente esta incertidumbre que los hace más convincentes, más semejantes al lector. Al menos a mí me arrastran engañosamente al convencimiento de la duda: no saber muy bien por qué hago esto o lo otro, si estoy en otoño o en primavera, si converso disimuladamente con B, o es conmigo mismo con quien hablo.
Aquí debería acabar este relato, pero la vida es un poco más dura que la literatura.Y este final de unos de sus cuentos, (unos, precipitados; retardados, otros; sin ningún desenlace lógico, aquellos; estos, inesperados; o los demás allá, rematados como los estertores de una gallina a quien se mata sin dejar jamás de perecer), me confirma que, a pesar de sus tal vez, Bolaño no era tan dubitativo, no estaba tan equivocado y confundido; al contrario, sabía muy bien donde tenía la cabeza. De otro modo no hubiera respondido a quien un día le preguntara qué entendía él por literatura:
La literatura se parece mucho a las peleas de los samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura.
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