lunes, 29 de mayo de 2017

El Abismo Verde





Empecé a leer El abismo verde de M. Moyano, y vime transportado, allá en medio de la penumbra, cual privilegiado testigo de una gran aventura. Absorbido me sentí como si yo, lector, fuese aquel venado de youtube devorado por el autor, esa serpiente omnímoda capaz de engullirme por completo.

Y hasta lo más apartado, en el corazón lejano de una selva abismal, me resultaba tan cercano y próximo, cual ese deseo innato de placer y orgasmo que todos llevamos dentro. Todos en nuestra juventud, cual es el caso del protagonista de esta historia, es cuando más y mejor pretendemos quemar esa energía que surge de nosotros como un volcán en oblación trascendente y generosidad sublimada, para muy pronto darnos cuenta de que eso no es nada. Tras un deseo, otro deseo. Eros fatídico. Nadie es mejor que nadie en cuestiones de amor y sexo. No somos nosotros mejor que esas bestias lascivas que se entregan a la concupiscencia contra natura. Al fin y al cabo, quizá su sociedad no fuese tan distinta a la nuestra. Debajo de la montura del peor de los salvajes se esconde una mirada de humanidad y ternura. La fragancia y lo nauseabundo, referencia en amalgama de la condición humana. ¿Acaso no existe en el placer algo sublime hasta el punto de parecer sobrehumano? Somos casi al cien por cien puro instinto sexual.

El color verde de El abismo, me llevó a aquel otro Rayo verde misterioso que el sol regala tan sólo a unos pocos elegidos. Dicen los que tuvieron la gracia de contemplar dicho rayo, que ya no ansiaron en su vida jamás otra cosa. Henchidos quedaron para siempre de su resplandor. Y así fue como yo me adentré de la mano de un sacerdote con problemas de fe, en aquella jungla tenebrosa para ver si agraciado era de la misma dicha, esa orgía colectiva y salvaje que tan lasciva y ardientemente describe su autor en el capítulo XIV.

El Abismo escrito tal vez a la sombra de Las minas del rey Salomón, El corazón de las tinieblas, Tarzán de los monos y otros libros de aventuras. Las novelas de hazañas y entretenimiento no son mi fuerte. Ya desde casi mi infancia fue advertido injustamente que la literatura de evasión era una pérdida de tiempo. Mis primeras lecturas se encaminaron hacia autores más intimistas, tristes y románticos, o hacia aquellos otros preocupados por la realidad, lo social y la naturaleza objetiva de las cosas. Soy por tanto una persona no muy indicada para emitir juicio alguno sobre este tipo de novelas. Con todo he de reconocer que la lectura de El abismo verde supuso para mí un trepidante, vertiginoso y continuo leer placentero. El deseo de aventura, en contra de lo que me enseñaron, debe ser congénito en el ser humano. Gracias a esta tendencia imaginativa somos capaces de contribuir al progreso de la humanidad. Y así podemos constatar que muchas de aquellas predicciones y fabulaciones de Julio Verne hoy las hemos visto hechas realidad, cumplidas.

Cada una de las frases del libro se me mostraron como imágenes, escenas de una película que hacía olvidarme incluso de que estaba leyendo. Leía con frenesí, ajeno a las circunstancias externas que me rodeaban. Me adentraba en la trama, de mí mismo desasido. Y degustaba de la lectura, uno de los placeres más gratos de mi vida.

Al escritor yo le preguntaría, si tuviera que identificarse con algunos de los personajes de su novela (¡y qué manía la del lector en desnudar al hombre que escribe): ¿en cuál de ellos te ves mejor a ti mismo retratado? Seguro que Manuel Moyano, astutamente me devolvería la pregunta:
¿Acaso tú, amigo lector, al igual que el misionero de mi novela, no deseas verte también sacudido, entre el deslumbramiento, el pavor y la dicha, por los mismos espasmos incontrolados que los pobres mestizos de mi novela?
O con las mismas palabras del más alto de los mestizos, el Rey de los Réprobos, el Caudillo de la Legión Satánica, tal vez me dijera:
Un ser ajeno al sexo es un semihombre, un hombre incompleto, situado al margen de la vida, de la naturaleza.
Antes de que ocurrieran los intrigantes hechos que en el libro se cuentan, ya me veía yo atraído por ese vacío de succión que el autor como anticipo y gancho provoca, despierta y crea. Y cual una golondrina que de antemano huele la humedad de la lluvia, con renovado interés volaba excitante a empaparme sin pestañear de nuevas sorpresas. Todo un saber y arte sin artificios, elegante, ágil y sencillo, entre la fascinación y el pánico, las dos asas del mejor jarrón, donde de M. Moyano pone las flores de su narrativa a remojo. Como tantos otros autores de este género, el bosque, la selva, tan fuerte como cualquier otra civilización, (tal como debía ser el mundo antes de la aparición de los hombres), altar de misterios, escenario brutal, pavoroso, extraordinario, impenetrable, celoso de secretos, es el lugar escogido por el autor para dar rienda suelta a su imaginación prodigiosa.

Si yo fuera coordinador de algún seminario de literatura y Psicoanálisis, no dudará en proponer este libro como asunto digno de ser tratado. Primero le pediría permiso al autor. Me temo que los escritores de aventuras, seres por tanto extrovertidos y fantasiosos, no son muy dados a interpretaciones subjetivas acerca de la conciencia, el superyo, el significante, la falta y otros conceptos de tal guisa. Pero a mi, sin poder remediarlo, se me aparecía el santo de Freud en cada una de sus páginas: bajo ese nivel de conciencia, en las capas más profundas de mi mente, sabía que escondía un secreto anhelo.

Y al hilo de esta palabra conciencia, no me sorprende que el autor recurra tantas veces a Dios. Al fin y al cabo Dios y conciencia son términos muy relacionados. Dios es la palabra con la que Moyano inicia su libro:
Dios somete a pruebas implacables a sus emisarios, por eso acabé apartándome de El.
Hay libros que se justifican por una sola frase. Y no sólo este libro mereció la pena por ello, sino que además en ese sólo párrafo, el primero del libro, se condensa y sintetiza todo el argumento de El abismo verde.

El jaguar como referencia a lo desconocido. Cuando nos vemos precisados en demostrar algo que sobrepasa nuestra inteligencia, decimos jaguar, lo mismo que si dijéramos Dios. He ahí la razón del misterio: descubrir algo y no saber lo que es ni de qué se trata:
¿Se puede saber a qué le ha disparado, Padrecito? … preferí no entrar en detalles. A un jaguar -me limité a responder.
Yo no sé si M. Moyano haya querido ir más allá de lo que cuenta, argumenta y demuestra, lo que por supuesto si ha conseguido es darme a conocer cuán frágil es la textura del ser humano, su naturaleza, su religión y cultura. El concepto teológico de que la muerte es la puerta de entrada a nuestra liberación definitiva, -la resurrección de la carne-, se corresponde con la actitud extásica de unos mestizos que prefieren ser devorados por esas bestias salvajes con figura de hembras, a reprimir su instinto de amor. Eros y Tánatos en duelo. ¿Disimulado sadismo? Oigamos a Teresa de Ávila en el Libro de la Vida (cap. 29): y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite. No siendo este libro un tratado de teología, como tampoco un estudio de antropología, aún así no se sitúa al margen de los contenidos básicos de ambas disciplinas: el hombre fin último de un Plan Salvífico, o como el eslabón darwiniano de una cadena de genomas en evolución e involución indistinta y continuada.

Yo no quería ser un mártir, no merecía la pena morir por un Dios en cuya existencia ya ni siquiera podía creer. Me recordó al San Manuel bueno de Unamuno: con mi verdad no vivirán. Y en las alusiones a la Teología de la Liberación yo quise intuir como un intento fallido del autor en querer superar el nihilismo existencial del sacerdote. Todo se reducía a mantener en marcha esa maquinaria absurda que no servía para nada... Dios debía de estar mirándonos desde alguna nube y riéndose a carcajadas de todos nosotros.

Y quiere Manuel Moyano al final del libro como recomponer ese absurdo irremediable de la vida, aludiendo de nuevo al instinto de dicha. Puede que la vida sea algo insignificante, un accidente fortuito en el conjunto del cosmos; pero por ser breve y única, tal vez por ello la amamos tanto:
En ese momento me doy cuenta de lo afortunado que soy por estar en casa, entre los míos y poder ver brillar de nuevo cada día la luz del sol.

Postdata:
La importancia del comentario a la novela El abismo verde por parte de un individuo sin estudios de critica alguna, de estilo u otras características literarias, como es mi caso, se basa en la interpretación personal, así como el enorme sentimiento suscitado por su lectura. No en vano, el oficio de escritor, más que en narrar, informar y describir, consiste sobre todo, en hacer sentir al lector.





1 comentario:

  1. Ay Juanico, gracias por todo lo que escribes. Siempre que abro tu blog, sé que con la lectura de tus reflexiones algo quedará me incorporado y es sobre todo algo de esa sencillez y ternura que destilas en ellas.
    Y gracias por la sabia y personalizada crítica de esta novela. Leyéndote dan muchas ganas de leerla.

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