miércoles, 12 de abril de 2017

La rebelión de las patatas




Había quedado en que me recogerían en la “huerta”. Como mi casa está camino de Madrid (todas las casas de España están en esa dirección), mis amigos se pasarían a eso de las siete de la mañana, con el tiempo suficiente para poder estar en Ángel Pestaña 35, (en la Escuela de Oficios), más o menos a las doce del mediodía, hora en que daba comienzo la celebración de aquel aniversario.

Nunca fui muy aficionado a este tipo de ceremonias, en ellas casi nunca se decide nada, son simplemente un eco tardío de la historia, un reflejo narcisista de nuestra decrepitud política. Todas esas solemnidades que se relamen en el pasado, me envejecen, me ponen triste. La primera excusa de peso y, además, cierta, para eludir mi asistencia, era la coincidencia que precisamente en ese día daban el agua. Las patatas las había plantado tan sólo unos cinco días, si no las regaba, la siembra se iría al garete.

A cualquiera que yo le dijera: mira, discúlpame, se me hace imposible, no puedo ir, tengo que regar las patatas.., seguro que se reiría de mi. Nadie podría entender como un puñado de tubérculos se rebelaban engreídos creyéndose más imprescindibles que cualquier reflexión o análisis acerca del acontecimiento político que allí se rememorara.

Cada vez estoy más convencido que la importancia de las cosas no está tanto en su valor y condición, oportunidad y significado, influencia. A veces, simplemente una camada de conejos, una gallina llevando una pollada, el quejido al quebrarse una rama de olivo, el feliz murmullo del agua del azarbe, una salamanquesa tomando el sol en el resquicio de una piedra viva, valen tanto como la toma de la Bastilla, el G8, el acorazado de Potenkim, o la legalización del Partido Comunista de España. ¡Y si no que se lo digan a mi vecina Angustias, la enterramos la semana pasada, sólo se llevó a su tumba el sencillo placer de sentirse a gusto con sus cinco nietos y sus tres gatos. No hace falta ser rico, emprender viaje a la capital de España, ni siquiera ser poeta, para mirar una mañana a la cara del día y sentirse dichoso.

A pesar de todo, fue tan grande la insistencia de mis amigos y tan sentida mi nostalgia por aquellos años de lucha, que enterré en mi retorcida faldriquera el hacha de mis argumentos verduleros. Antes de las siete de la mañana, ya estaba allí esperándolos en la entrada del carril de la Uve de la Huerta Arriba.

Se nos rompió el coche a medio camino y entre grúa, reparaciones y cambio de coche, perdimos más de dos horas. Llegamos ya iniciado el acto. Sentí mucho no escuchar las primeras intervenciones. Entrar en aquel gran salón, ver a los antiguos compañeros y empezar a revivir aquellos maravillosos años, fue todo un estallido de gozo y abrazos. En plena efervescencia histórica, en medio de valientes revueltas obreras, con enormes ganas de cambiar el mundo de base... Luego los historiadores, los analistas, vendrán a decir en sus libros de texto que la democracia fue cosa del Rey, que si se debió a la ayuda de alemanes e italianos, que el desarrollo “natural” de la economía de aquellos años propiciaba una transformación política. ¡No fueron ellos los que le retorcieron el pescuezo a la culebra del desierto, ni tampoco los que acabarían con aquel Régimen déspota de patas de ogro y garfios de gavilán!

Luego el día transcurrió como la miel que se derrama sabrosa y solícita por las laderas innumerables de un flan de amigos que tras cuarenta años no se habían vuelto a ver. 

El colofón vendría por la tarde. Una aureola inmensa de manifestantes. Más de un millón y medio de personas salieron a la calle. Sus gargantas, banderas enrojecidas, diciendo “no al capital”, con el mismo denuedo, con la misma ilusión de nuestros jóvenes años, se alzaban, también ahora, valerosas y esperanzadoras, capaces de aplastar de nuevo al crótalo de la barbarie. Nos hicimos cuerpo y carne, alma y espíritu con la miríada viviente, vibrante, beligerante, votante: un río inmenso que alimentaba con agua fértil y renovadora las tierras de nuestro país, incluido por supuesto mi pequeño bancal de patatas.

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