domingo, 30 de octubre de 2016

Cambio de hora



A escondidas, el instituto nacional del Tiempo retrasó los pasos del sol. Y a las tres fueron las dos. ¿Por qué, siempre, manos nubladas, cheques en blanco, sotas y bastos, emprendedores del gasto, ladrones a media noche, cambian, sin que nos demos cuenta, el rumbo de nuestros pasos?

Sabe mi cuerpo de horas extrañas que no son su ahora. Como tampoco es verdad lo que yo estoy viendo: peonadas que van para atrás, que para comer no dan; montes de cazadores furtivos, mares contaminados que paren culebras y sapos; el amanecer que no llega, y en vez de darnos la luz, nos sumerge en las tinieblas del pasado. El reloj de las distopías marca el sinsentido de la política y los días. Lo real es insoportable, que diría J. Lacan.

Víspera de Difuntos. Estoy en el cementerio, en el chalé de los muertos, acicalando mi tumba, el ara de mi destino. Un hombre con casco, vestido con sudadera de esqueleto, detiene su moto, la a-parca. Y oigo cómo su mano de cartero profeta llama a la puerta de una ermita cerrada. El hombre espera. Sabe que los muertos oyen y hablan. Nadie responde. Y el ciprés de la entrada, que ayer empezaba a creer, una hora después, en el suelo estaba, rendido en una tierra baldía. Este año que viene no habrá vendimia, –oigo que pregona el hombre que se pierde a lo lejos por detrás de los nichos.

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