martes, 20 de septiembre de 2016

Estructura poética




Hoy me desperté aún soñando. No había nada. Soñaba con la estructura, con el escenario, el decorado, con Seasure, con Levi Straus, con Valéry y su Je me voyais me voir de “La Jeune Parque”. Y me dijo la voz del sueño que la estructura es indispensable para la existencia. Y entre nebulosas de plata añadió el sueño:
La poesía precisa de un soporte, y así como la mujer y el hombre necesitan del espejo del otro para mirarse, el café de esta mañana necesita de la taza para ser por ti bebido. Hasta el alma, algo tan imprescindible para la vida, no es posible sin un cuerpo que la sostenga.
Recuerdo también otras lindezas del sueño relacionadas con la teoría de las formas. Forma y fondo son lo mismo. Y si como afirman los puristas, que la forma no es nada, no hace a la sustancia, tampoco el fondo es algo. Otras cosas me desvelaría el sueño: cosas inefables; tan hermosas e inteligentes, que me parecieron imposibles, indecibles, como ver la nieve indestructible, petrificada:
Si no conoces la estructura de las partes que componen el todo, no podrás acceder al significado de las cosas. El todo siempre suma más que los elementos que le dan forma. O lo que es lo mismo, la nada es el poema donde poner todo lo que tu imaginación sueñe o te proponga. 
Y ya despierto del todo, para dar consistencia a mi sueño, abrí la ventana de mi cuarto para enterarme de verdad de la realidad de las cosas.

Aquella noche había nevado. El campo, el horizonte, el cielo, los árboles, el camino que va al río, todo había desaparecido para convertirse en blanco. A través de la ventana vacía de mis ojos, era imposible que mi vista se posara sobre la realidad sepultada. Yo seguía creyendo que la piedra loca que pavimentaba el porche de la casa, las macetas, el brocal del pozo, las cuatro palomas de poliéster que adornaban las esquinas de la balaustrada, ocultas a mis ojos, aún seguían vivas debajo de la capa de nieve.

Salí fuera y quise quitar la nieve que me impedía coger los huevos de las estatuillas de las aves. Escarbé con mis manos. Cogí la pala e intenté descubrir de nuevo el camino de los hinojos. Cavé y cavé tanto, que de nuevo me quedé dormido. De nuevo el sueño se apoderó de mi. Yo seguía soñando, quitaba la nieve que cubría las violetas. Fue inútil. Todos los colores: el amarillo de los hinojos, el azul de las flores, el grisáceo zurear de las palomas de la baranda, todo escondido estaba bajo la estructura cristalizada de mi mente nevada.

Y ya despierto del todo, por la mañana, el sol había barrido la oscuridad de la nieve caída por la noche. ¡Y qué decepción! La nieve había derretido todo lo que bajo sus alas ella guardó mientras yo soñaba. No había nada. Menos mal que vinieron a mi aquellos versos de Jaime Siles:
Se te puede buscar bajo un ciprés de espuma,
en los dedos del aire, metálico del sueño,
en un volcán de pájaros incendiados de nieve
o en las olas sin voz de los peces de plata.

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