sábado, 16 de abril de 2016

Vis a vis






Estamos hechos de un tejido distinto al de nuestro cuerpo. No eres para mi lo que yo de ti observo y contemplo. Eres la imagen de un sueño que nunca tuve.

Jamás deseé verte la cara. Y no quiero verte. Para saber de ti, mejor pensarte. Te veía y me entendía mil veces mucho mejor contigo a través de cualquier otra cosa. Llegar a ti directamente era no encontrarte. Y tanto me acostumbré a este modo de verte por medio de terceros, de papeles interpuestos, de rejas y de cámaras, de recados delatadores, de abogados y de jueces, que tu presencia hubiera sido el mayor obstáculo para entenderte. Prefería por eso hacer el amor contigo sin mirarte a los ojos, en camas separadas, sin tenerte. Tenerte delante era no entenderte, sería no disfrutarte. O lo que es lo mismo: en el cuadro encorsetado de esta celda, lo que me dieras en el vis a vis prometido de esta pasión en la que cumplo condena, todo me resultaría confuso e incomprensible. Cuánto más cerca, más alejados y ajenos el uno del otro. Te amo si no estás, te quiero más cuando no te veo.

Nunca con mis dedos, amor, toqué tus labios con los míos. Será por eso que siempre te siento hermosa a través del cristal de las visitas; y la saliva de tu lengua, ¡tan sabrosa! Sólo tu belleza se me muestra traslúcida por la transparencia borrosa de los mega-bits de tu corazón ausente y enamorado. Repito: en esta cárcel donde cumplo la sentencia de mis días, los hilos de tu sueño no son los de mi cuerpo, los ríos de mi carne no son los arroyos de mi ánimo. Tu eres otra cosa.

Sumergido en un plasma de aguas turbias, navego entre masajes anónimos, mensajes de contraseñas opacas, renglones y párrafos clarividentes. Te descubro siempre tal como yo quiero. Y si acaso, acabada mi condena, regresara por desgracia alguna vez a tu presencia física, seguro que no te reconocería. Prefiero, por ello, seguir estando preso, a perderte. La realidad viviente, las acacias mustias de la calle Real, nuestras miradas somnolientas, los semáforos militarizados de nuestros pasos de cebra en paralelo, los afanes desganados tras el carro de nuestra esclavitud afortunada, los números rojos de mi amor inconsciente e hipotecado por los arrabales de una libertad impostada, me negarían la verdadera esencia de tu figura.

La fuerte inconsistencia de mi relación etérea e intermediaria me deleita más que mil cuerpos tuyos lascivos de carne y crema. Y entre esta realidad enajenada, esa vestimenta que no es mía, y esta otra que me viste de los pies a la cabeza, prefiero estar enganchado a la volatidad de tu cuerpo incandescente, incombustible. La realidad que añoro no está en los latidos calientes de tu piel sonrojada, está en la locura engañosa, fetichista y vacía de una esperanza inconclusa y mía.  Y renuncio a tu físico. Prefiero vérmelas contigo a través de los barrote de un texto escrito en el monitor vibrante y encendido de mi imaginación, a través de una carta sensual y ardiente, entre el vislumbre, el delirio y la imaginación fabulada de una conversación figurada, no existente, que en un vis a vis contigo pletórico de orgasmos infinitos.

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