domingo, 3 de abril de 2016

Más días que chocolate



Yo sé de un perro que estuvo sin comer desde que unos falangistas, allá por el 39 se llevaron a su dueño a la cárcel de Porlier. El amo, al cabo de unos meses murió fusilado frente a las tapias del cementerio de la Almudena. Me figuro que lo mismo el can acabaría muriéndose de hambre.

Ignoro si los animales ayunan por lástima, por desconfianza, para purgarse o por soledad. Tal vez lo hagan por temor a que luego les falte la comida. Un perro que yo tuve no probaba bocado si yo no estaba delante. Los animales y las personas gestionamos nuestro alimento de manera distinta.

Y al hilo de esta historia de chuchos y hombres, recuerdo al padre aquel, que antes de partir a la vendimia francesa, le dejó a su hija pequeña una pastilla con veinticinco onzas de chocolate.
Hija, mía, no estés tristes, papá volverá pronto. Sólo serán tres semanas. Cada día te comes una onza. Y ya verás como antes de que se te acaben, tu padre estará aquí contigo.
El tiempo en las manos de la niña era un cociol con agujeros. Los días al principio bailaban contentos como los muchachos de la Gallina ciega de Goya. A la semana de haber partido el padre a Montpellier, la pequeña ya se había comido todas las onzas de chocolate. Y acabadas las chocolotinas, los días duraban años. La niña, viendo que su padre no volvía, se puso triste, tan triste, llorona y enrabietada como la mujer del Guernica, aquella cuyos ojos eran sus propias lágrimas dibujadas.

Una vez terminada la vendimia, pasadas las tres semanas, el padre regresó de Francia. La niña se lanzó a los brazos del padre comiéndoselo a besos, al tiempo que le decía:
Papá las onzas del chocolate corrieron más que los días. La próxima vez, mejor me llevas también a la vendimia. La pastilla de chocolate, al verme tan apenada, se apiadó y me dio a comer todas las onzas que le quedaban. Estando contigo, seguro que las onzas no se atreverán a llevarte la contraria. 

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