viernes, 25 de marzo de 2016

Regreso al pasado




El pasado es más sólido que el presente. Es preciso traspasar el ahora para percibir el tiempo fuera del fluir inestable que lo hace inalcanzable. El recuerdo es tan real como el mismo acontecer de la historia.

Que el otro día la madre dijera que el padre le manda recuerdos, es lo que pone en guardia al hijo. Demasiado sabe el hijo que el marido de su madre lleva ya más de un lustro enterrado en el cementerio de Nuestro Padre Jesús de Espinardo. Y esta habilidad o debilidad, (según se mire), de no distinguir la madre a los vivos de los muertos, es la que lleva ahora al hijo a decir a la madre, ya entrada en años, que tome nota detallada de la necrología de conocidos y parientes, para no caer en el dislate de hacer el ridículo atribuyendo a los muertos la capacidad de saludar a los vivos.

El hijo le aconseja a la madre que escriba aquello que tiene que hacer, pues su memoria anda floja. Y tal fe y ahínco pone ahora la madre, que con sólo ella leer que el mundo tiene el corazón de hierro, que las estrellas son propiedad de los americanos pues impresas las llevan en su bandera, o que la sangre de los políticos está hecha de sustratos de alcornoque, basta para que lo crea.

Hoy la madre, siguiendo el consejo del hijo, trata de transcribir sus recuerdos y así dotarlos del poder vivo que alcanza todo documento escrito. Y toma así por más cierto e imperecedero la muerte que la vida. La muerte la lleva en cuenta en un cuaderno de Anaya; en cambio de la vida a veces ni se acuerda. La última anotación tiene fecha de ayer. Se le murió a la madre su mejor amiga, una íntima compañera de la orquesta donde ambas trabajaron durante treinta años. Eladia, era la del arpa; la madre del marido muerto tocaba el piano. Y si le dieran a escoger entre la historia y la vida, en un aprieto estaría, pues a la madre, (¡ay bendita locura!), le es más ventajoso deleitarse con los buenos ratos que pasó con su amiga muerta después de los ensayos en aquella cafetería de la Opera, que no comerse la sangre con sus desmemoriados días sumida en el cuarto donde todo le suena a tan deprisa que le sabe a nada. De nuevo insiste el hijo a la madre:
Toda batalla que se escribe, aunque ganada no sea, es ya una victoria. Así pues, madre, hágame caso, y apunte en su libreta la muerte de su amiga Eladia, no se la vaya encontrar un día y le mande recuerdos para mi.
La madre, antes de irse a dormir dice al hijo:
Hijo mío, me vuelvo al pasado.
La madre sueña despierta sus tiempos de estudiante. Está internada en la residencia de la calle del Triunfo. Aquella misma ventana de aquel bloque de pisos que se levanta delante de su cuarto es la que ahora contempla. Eran tiempos de exámenes, primeros de junio, noche cálida. La calle huele a geranio. Recuerda ver entonces una familia. La noche estaba oscura, pero al estar iluminada la vivienda de enfrente, la escena se le presenta con claridad. Ve a un padre, a la madre, a los hijos. Todos felices sentados alrededor de la mesa del hogar. Uno de los hijos toca al piano Conquest of Paradise de Vangelis. Y ensimismada con aquella melodía, recuerda la madre las mismas palabras que dijera entonces:
¡Ay cuánta ilusión me haría ser yo el día de mañana la esposa, la niña esa que toca el piano, la madre de esos hijos tan felices y hermosos!
Han pasado sesenta años de aquello. Y vuelve de nuevo la madre a ver desde su habitación aquella misma familia. Tanto le agrada contemplar aquella escena de sus tiempos de estudiante que la confunde con la vida que ha tenido. El recuerdo hace que se sienta segura. Gracias a su pasado puede defenderse la madre del presente cada vez más emborronado. Su pasado es un acicate para seguir viva en medio de una habitación llena de cocodrilos. A un lado tiene el presente; y al otro, el recuerdo. El presente es una selva llena de animales salvajes. El recuerdo, un estanque lleno de peces de colores. Dos bandos en plena batalla. Ella en medio debe tomar partido. Y le dice ahora al hijo, antes de regresar al sueño:
Regreso al pasado. No quiero que mi vida sea una sorda melodía en el ahora insensible y confundido del rugir diabólico de una jungla. Tras el muro del presente no veo ninguna ventana iluminada. Corred todos, si os apetece, a ese futuro desvencijado que os devora y enajena. Yo me quedo en el ayer de aquella estudiante que se embelesó escuchando Conquest of Paradise de Vangelis.

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