jueves, 25 de febrero de 2016

Matar a Prometeo



Hubo un tiempo,
en el que rechazaba a mi prójimo
si su fe no era la mía.
Ahora mi corazón es capaz
de adoptar todas las formas:
es un prado para las gacelas
y un claustro para los monjes cristianos,
templo para los ídolos
y la Kaaba para los peregrinos,
es recipiente para las tablas de la Torá
y los versos del Corán.
Porque mi religión es el Amor.
Da igual a dónde vaya la caravana del amor,
su camino es la senda de mi fe.
          ( Ibn Arabi. Poeta, místico sufí)


En el coloquio final de un acto público, Islam, ¿Paz o Violencia?, celebrado ayer por el Ateneo de Molina de Segura, un interviniente se presentó como no cristiano. Vivimos tiempos en los que el mundo para existir ya no precisa de Dios. De acuerdo con los actuales logros de la ciencia, tal vez al interviniente, delante de tanta gente entendida que llenaba el aforo, le pareciera poco racional y científico, llamarse cristiano. Pero sé por él mismo, que su confesión no fue motivada por vergüenza alguna, ni tampoco su pedantería progresista fue la que le llevó a proferir apostasía tan santa. Fue más bien su peculiar sentido de la fe y de la ética el que le hizo decir: yo no soy cristiano, que es lo mismo que si con el poeta musulmán, el murciano Ben Arabí del siglo XII, hubiera dicho: Ahora mi corazón es capaz de adoptar todas las formas.

Y esta mañana cuando el interviniente hace memoria de su profana apología, sus propias palabras le vuelven a venir y le increpan:
¿Acaso alguien puede renegar de la leche con la que de pequeño fue amamantado?
A los de su edad, el cristianismo les marcó a fuego (¡Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro.) Con hierros incandescente fueron tatuados, cual adeenes, los lomos de su carne lacerada, como un buey lo es con la divisa de su amo. Tocado fue con el dardo de una cruz en tiempos de nacionalcatolicismos y cristiandades. Luego con los años tomó distancia de su endiosado yomismo. Y metido ya en un mestizaje de civilizaciones y culturas, quiso aprender a salvar, a distinguir, a separar su fe de las 4.200 religiones que pueblan el planeta. Y comprendió que para ser bueno no es necesario ser seguidor de ningún santón ni venerable. Y de acuerdo con las leyes de la ciencia y de la conciencia, de la solidaridad y de la especie humana, contra los mandamientos de la Iglesia y frente a las suras del profeta, se dijo: si acaso no fuera mejor que los hombres aprendiéramos a vivir sin el mito de los dioses.

Según Mujàmmad, 99 son los nombres de Dios. ¿Tantos? Tal vez porque su inefabilidad sea innombrable. Ningún nombre es capaz de definir la Nada, ese Deus abscónditus, ese sitial vacío, la nichts del teólogo, esa barca sin nadie en medio de un mar en calma llena de dudas.

Cuando Dios se convierte en una interferencia en la relación entre los humanos que aún no han superado el aforismo de Plauto: Homo homini lupus, tal vez haya llegado el momento de matar a Prometeo, el recadero de las bondades divinas.

Y al hilo de mitos y misticismos, recuerda ahora el interviniente el pasaje de los Hermanos Karamazov de Dostoievski en los que Kolia, un muchacho, dialoga con Alexis, un monje que ha vivido anteriormente en un monasterio:
 Me han dicho que eres un místico. Pero esto no importa. El contacto con la realidad te curará.
 ¿De qué me he de curar?  -preguntó Alexis un tanto sorprendido.
 Pues te has de curar de Dios y... y de todo eso.
Luego el Debate del acto promovido por el Ateneo de Molina terminaría con un relato de guerras  y confrontaciones intermitentes entre civilizaciones, culturas e intereses que de manera espúrea toman el nombre innombrable de Dios para arrimar el agua a sus sardinas.



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