sábado, 19 de diciembre de 2015

Voto secreto



Desde aquel año, que sacamos a las calles de la democracia las urnas que la dictadura mantuvo encerradas durante casi cuarenta años en los sótanos de las comisarías, la represión y el fascismo, nunca como en estas elecciones del 20D estuve yo tan confuso a la hora de ir a depositar mi voto. Disculpas por mi romanticismo de contador de viejas batallas.

En anteriores elecciones generales, las fuerzas políticas en litigio bien definidos tenían sus colores: Comunismo, Socialismo y la Derecha conservadora. Hoy las hierbas del bosque electoral han crecido tanto que el rojo, el naranja, los morados y el azul se extienden en una vasta gama camuflada y difuminada que cual daltónico no atisbo a ver de cada cual su original policromía: aquella casita escondida de mis sueños en medio tanta maleza boscosa. Y así anda mi voto de mañana como una bola de billar en carambola imprevista, y por mi no controlada, que lleva mi papeleta justo y junto a las sardinas arrimadas a donde tal vez yo no quisiera que fuera.

Como siempre, yo también mañana optaré por el poder de los de abajo, de los nadie, de las clases populares, pero temo que los notarios de sufragios, homologarán luego mi voto al capricho de unas alianzas que yo ahora ignoro. Mi voto es tan secreto que ni yo mismo lo conozco. No sé lo que será de él ni a qué caladero transgénico irá a parar el barquillo de mi voluntad empapelada. Eso sí, no quisiera que el lunes mi voto se revuelva contra mi.

Y es así, que yo me siento ahora, en el acto más personal y libre de mi elección de mañana, como un ser esclavo de posibles pactos, que pueden convertir mi voto rojo, en naranja, en azul cobalto, o en comida sanguinolenta para buitres hambrientos. Pero, aún así, yo no me privaré de darle gusto a mis ganas serranas de participación política.

Dicen algunos que votar es de alguna manera perder la inocencia. Decir que en política no es todo trigo limpio, que la democracia es el menos malo de los sistemas, no me gusta ni me basta. Reivindico el carácter retroactivo del voto, su transparencia, su no manipulación posterior. Ojalá para las elecciones de mañana los muñidores del sistema electoral hubiesen inventado un otro procedimiento por el cual el carácter irreversible del voto pudiera combinarse, -como en las quinielas-, con otras posibilidades múltiples de las que el votante tuviera conocimiento y pudiera retrotraerse de su negación o consentimiento, si tal vez llegara el caso de su mala utilización.

Casi siempre he sido un claro perdedor en mis opciones electorales. Pero mañana será distinto. Pues aún a pesar de perder de nuevo, saldré ganando. Perderá la desafección, el inconformismo, la indiferencia. Habrá ganado, incluso antes de que el recuento se lleve a cabo, la política, la implicación ciudadana. Y saber, que aquellas movilizaciones de protesta y descontento, que algunos vaticinaron como pasajeras nubes de humo, han cuajado y cristalizado en un nuevo revulsivo y compromiso, y que abren las puertas de la esperanza a un pueblo que las está pasando canutas, me llena de satisfacción y alegría. 

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