jueves, 15 de octubre de 2015

Me encanta que me odien




Hoy se levanta con un dolor inexplicable, absoluto, un dolor ilocalizable, indoloro. Y ni siquiera se extraña de la desubicación de dolor tan extraño. Le pasó lo mismo aquella vez cuando oyó decir a Francis Bacon, no al estadista y filósofo del siglo XVI, sino al pintor polémico y extravagante del mil novecientos, aquello de me encanta que me odien. Y no sólo el dolor se le escurre a este hombre sin que le dé tiempo a saber su etiología, le pasa lo mismo con el placer, tampoco lo siente. El odio, la inquina de los otros, el que lo miren mal es lo único que le pone y conmueve. Si no quieren al bueno que vive en mi, tendrán entonces que quererme por sátrapa y desaliñado –llegó a decirme un día de otoño que un sol oblicuo disparaba por tierra, mar y aire misiles de crucero contra Siria. Gracias al rechazo de los demás me doy cuenta de que existo, -añadió como si él mismo fuese ese caballo de Troya lleno de inmigrantes al que ayer se refería un alto prelado de la iglesia diciendo que no eran trigo limpio.

Era un diapasón desafinado. En lugar de dar el la, daba un do de pena y desajustado. En otra ocasión antes que yo me mudara de acera para no vérmelas con él, me dijo:
¿Acaso el agua del río corre para otro lado cuando me ve todas las mañanas llevar mis cabras a pastar en la vaguada? En cambio tú nada más verme, echas a correr como si yo fuera el mismísimo diablo. ¿Acaso este desarreglo que llevo conmigo como sustancial hechura no es obra tuya? ¿Dime entonces de qué te espantas? Debería ser yo el espantado. En realidad tú eres el fantasma que me obligas a mirar al mundo con ojos huraños, acusadores y despiadados. Y ahora que te he visto, ya caigo donde mi dolor me duele. Me dueles tú que te llevo dentro sin poder de ti separarme. Al fin y al cabo como dijo no sé quien”todos somos culpables ante todos y por todos”, y tú más que nadie.
Era una persona incapaz de tejer adecuadamente sus sentimientos. Siempre estaba de malhumor, hipersensible, aunque daba muestra de no sufrir por nada. Tal vez porque había llegado a la cima del sufrimiento. Ya podía ver mil veces la película Holocausto caníbal que no pestañeaba lo más mínimo. Reconozco que mi actitud con él no fue siempre fue muy complaciente que digamos.

Pero hoy su mujer me hace llegar un escrito suyo. Y cambio por completo de parecer. Le persona que es capaz de escribir una cosa así debió ser, si no un millonario y excéntrico como aquel Bacon caótico de los años noventa, sí un bendito:
Me duele el mundo, me duelo yo, me duelen los ángeles custodios que pululan invisibles por los calles sobando el culo de las muchachas, me duelen las flores hipócritas luciendo aromas y colores por los vallados de las residencias de ancianos. Me duele el canto de los pájaros sobrevolando sembrados de cebo envenenado, campeando por los Centros de Internamiento para Extranjeros, me duelen los cipreses que contemplan como buitres la zanja abierta de los dementes estigmatizados por el Tribunal Superior de la Cordura. Me duelen los perros que guardan las casas de sus amos. ¿Será por eso que me deleito con la suciedad de tu carne, tu boca negra y retorcida, tus dientes llenos de caries. Y tanto es tanto mi dolor que me da placer tanto sufrimiento. ¡Me duele tanto este podrido mundo, que me veo por ello prisionero en mi propio manicomio!



1 comentario:

  1. Y es que nadie es absolutamente malo ni absolutamente bueno. Como la naturaleza, cambiamos y ofrecemos distintas caras, al igual que las estaciones o el sol y la lluvia. Estar en la Tierra implica la contradicción.
    Un abrazo, Juan.

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