viernes, 7 de agosto de 2015

El paso de Calais





El rosal sobresale por la alambrada. Pétalos caen muertos cerca de un cuerpo desconocido que es el mío. Digo que yo pertenezco a este cuerpo porque siento mi mano sobre las flores que miran al otro lado. Las olas dibujan en la orilla caminos que van a la vida, castillos de arena que el mar del Norte derriba y devora. El agua, que ayer enlazaba islas y continentes, era brazo y paso, y abrazaba fronteras, era esperanza, puente y primavera, hoy es un túnel de anzuelos y botes de humo, levanta barreras, escupe sangre, y estrella sus muertos contra la cordura, la estructura, el programa democrático, el menos malo de nuestros sistemas políticos, la solución más tranquilizadora y perversa de nuestra conciencia enroscada, camionera y merovingia.

Una muchacha felizmente aprisionada entre el firme tronco de una farola y los arrumacos de un joven que no termina nunca de abrazarla. Si yo fuese Roberto Bolaño, y volviera a nacer, me gustaría ser esa muchacha. Bajo la sombra de un depósito de carburante, acurrucado voy sobre el fresco y hospitalario gesto de un conductor en toda regla. A las seis estaré ya en el albergue. Dentro de unas horas la magia del crepúsculo encenderá de nuevo las lámparas del cielo. Los caños del agua de la fuente de la Onu iluminarán el sueño de mis ojos.

Los jóvenes amantes, las tiernas hojas del rosal, el césped, todo lo que a mi alrededor respiraba y se movía interpretaron a la perfección “su papel” en medio de esta Jungla de Calais. Sólo yo ignoro a quien pertenece este cuerpo desconocido que llevo sobre mis espaldas. Cuatro o cinco gaviotas con gorjeos de gendarmes de aduanas descubren mi escondrijo. Llevan en sus picos un sónar que detectan mis latidos. Desenredo mis huesos, me enderezo, y del sucio petate se escapan cinco estrellas encendidas que al momento se apagan.
¡Estrellas, luces pensativas!
¡estrellas, pupilas inciertas!
¿por qué os calláis si estáis vivas? 

y por qué alumbráis si estáis muertas?...
(José Asunción Silva. El libro de versos (1923)
Una de las gaviotas con casco antidisturbios me amenaza con sus esposas:
¿Sus papeles, señor?
Busco por todos los bolsillos y no encuentro ni pasaporte, ni carte de séjour alguna..., nada que pueda suplantar mi naturaleza. Con todos mis respetos le respondo a la gaviota uniformada:
Mais oui, mon cher gendarme, nadie viene al mundo con su documentación bajo el ala.
El policía dice que no tiene más remedio que detenerme, que sin papeles no soy libre, que no puedo circular. Tal vez el gendarme me haya confundido con el camión donde iba escondido.
Las palomas, señor guardia, ¿dónde guardan sus papeles las palomas para volar libres como las estrellas por el ancho cielo? 
Por respuesta me pone por fin las esposas, y me dice con rostro de sicario:
¡Negro, no me toques los cojones, y andando para la gendarmería!
¿Se figuran ustedes a un indocumentado como una pica de grande, a sus treinta y ocho años sin nombre, sin datos, sin madre, sin lugar de nacimiento, recién salido del paritorio?  De no ser así no me hubieran encerrado en este calabozo de Calais. Tal vez mañana cuando me lleven al juzgado, el magistrado sea más benevolente, me etiquetará de nuevo y ¡santas pascuas!, una vez registrado en las páginas amarillas de la Tierra mi problema quedará resuelto.

Pero no, el juez dice que no tiene más remedio que repatriarme a mi país.
¡Usted dirá, señor, yo apátrida, yo soy de Marte!
Los de Marte sois de donde a mi me sale de las pelotas ¡Y a este me lo facturáis  para el Guantánamo de las libertades de nuestra Laureada y Quinta República!

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