viernes, 11 de julio de 2014

La tristeza de las cañas





Unos días fuera. Sin periódicos. Me perdí hasta el partido de la selección. Me alejé del brillo de los tomates, del azul de la berenjena. Callado quedó el dulce susurro del nido de gorriones junto a la chimenea.

Sin los amigos, sin el perro, sin la sonrisa del agua de la hijuela. Como muerde la ausencia que herido deja... ¡Y hasta abandonado de mí!

Desorientado sin mis rutinas, regreso con la esperanza de encontrarme con algo distinto, cambiado...

Y ¡nada!

Creí que los jopos de las cañas de la acequia me recibirían con aplausos, los pimientos con su nuevo color esmaltado, los gatos con la carantoña de su maullar encelado...

Y ¡nada!

Pensé tal vez que el país hubiera dado un vuelco a su conciencia.

Que los mendigos ya no pulularían las costras de su pobreza por los soportales de las iglesias. Que las tórtolas volarían en quebrado para sortear el pistoletazo del cazador vecino.

Y ¡nada!

Que tal vez mi amigo estaría esperándome pintando el rojo vivo del granado, mi madre con sus bordados en la puerta de la calle, mi mujer con la mesa puesta y mis hijos con sus hijos...

Y ¡nada!

El gallinero lleno de mierda.

La cabeza de un mirlo descuartizado en la terraza, los geranios muertos de sed, el maíz picoteado, otra mujer maltratada.

Un feto en el contenedor, el comienzo de otra guerra en Palestina, el mismo emperador en el trono, y Jonh Lennon icinerado, la canción estrangulada.

Y de nuevo la tristeza de la Nada.

1 comentario:

  1. ¡Qué texto tan bonito, Juan!
    Hacía mucho tiempo que no venía por aquí, amigo.

    Besicos

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