jueves, 3 de julio de 2014

Escritor Striptease




Todo escritor es un repelente tímido apestado que no se atreve a desnudarse en público. Y no puede vivir sin mostrar a los demás sus relatos de carne y hueso. Me moriría, si no escribiera, -acostumbra a decir en las entrevistas que él mismo de su puño y letra paga. Y lo hace engañado, reprimido, exhibiéndose lascivamente atrincherado en sus libros, en lugar de hacerlo a pecho descubierto, enseñando su culo al aire como cualquier hijo de vecino.

Ya lo decía García Márquez: escribo para que me quieran. Un escritor hambrea amor. Necesita que le envidien, que lo deseen:
Mirad que arte, que músculos, que adjetivos y metáforas encumbran mi cuerpo divino. Mi escritura son las curvas del mejor sueño vuestro. Miradme, leedme, criaturas, lamed la sensualidad de la piel de mis letras. Y que todo el eros que lleváis dentro reviente mi ombligo huero.
Y se pone a la obra el escritor reprimido. Cuida el ambiente, enciende las velas, pide consejo a Cortázar para pinchar la mejor música. No tiene prisa. Marca los tiempos. Googlea lo necesario. Llegar de un plumazo al final del libro, sería un gallitazo literario. La espera, el deseo recreado en aliteraciones, paradojas, elipsis y demás recursos gramaticales son claves para el deleite del lector también de amor hambriento. La precocidad, la anticipación de un escribir apresurado privaría al lector del justo goce al que tiene derecho por haber comprado el libro.

Y dice el lector al autor:
¡Sorpréndeme! Dosifica mis expectativas. No me lo enseñes todo de golpe. Deja algo para que yo también imagine y el orgasmo sea de los dos al unísono.
Y si acaso el escritor viera tenso, indiferente al lector, debería consultar a Safo y seducir con un elegante y cómplice giro de caderas, acrósticos y caligramas. Y si el lector, aún así, se le resistiera, entonces el escritor se acercará con cuidado, como un jilguero en celo, revoloteará a su alrededor, presumirá de su verbo, y con sus palabras acariciará las partes más sensibles de su cuerpo.

Y ya una vez dentro del nudo de la novela, el escritor se despojará de su plan, sus oraciones perifrásticas. La creatividad y las emociones descorsetada de los personajes serán sus palabras. Y dejará los nombres desprovisto de grafías, con sólo su aroma, sin rodeos ni circuloquios, epítetos dulcemente colocados sobre las rodillas del lector como mujer que deja seductora su sostén sobre el respaldo de la silla. Mirará en todo momento al lector. Los ojos de ambos deben fraguarse en el mismo fuego, que no se rompa el rayo de la palabra que ha unido estos dos mundos fantásticos en un solo libro. Y su estilo personal y literario debe mantenerlo arriba, como señora que se quita las medias manteniendo en alto su increíble pierna sobre una mesa de corte isabelino. Antes, por supuesto, se habrá quitado sus tacones de agujas, esos alpargatados adjetivos que para andar ya no necesita.

Y si por último, en el desenlace, el escritor tuviera que enseñar alguna carta aún escondida, -siempre la hay, aunque nos desnudemos por entero en cualquier stripsease escriturario-,  primero, lo hará de espalda, poco a poco, hasta dejar que la temperatura toque el cielo. Y sólo entonces, cuando entre ellos no haya libro, novela e historia que los separe, mirará el escritor frente a frente a la cara del lector ilusionado.



2 comentarios:

  1. Excelente digresión. A veces no nos atrevemos a enseñar el culo con el alma.

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  2. Si, don Juan, escribir y publicar es un autentico streptease ...con las matices que conlleva : enseñar los suficiente para excitar el lector, manipulándolo, llevándolo hasta el punto que...no pueda concluir...Pero, el compromiso es claro... "Te enseño...pero no te pertenezco"...Igual te vas con los pantalones manchados, la riña de tu pareja o la vergüenza de haber soñado con algo inalcanzable ...Eso es la literatura....Hasta otra

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