viernes, 25 de abril de 2014

El hondón del alma




Su cuerpo pesa lo mismo que ayer, pero aquí la lógica falla. No siempre que uno rebaja su carga, aligera el paso. Ha visto el hombre bueyes embalados con su carreta cargada de piedras hasta arriba, en cambio al regresar de vacío, los vio lentos y aletargados caminar como tortugas. Hay cargas que sin ocupar espacio, pesan como si abultaran más que una rueda de molino. Y básculas que no sirven para pesar mercancías, sobre todo aquellas que no se venden en el mercado de abastos.

Las albardas que el hombre porta esta mañana, aún sin llevar nada dentro, ya le quiebran el espinazo. Está cansado. Le aburre ver salir el sol siempre por el mismo sitio, el calor del verano le hastía, el verde de la enredadera limita el espectro de su mirada, y los afilados pinchos de la sisca se le clavan en el corazón. No sabe el hombre en qué lugar del cuerpo esconde la angustia que traga. Por eso le pregunta a Blao, que parece no darse cuenta de su hundimiento:
La sangre está en las venas, el aire en los pulmones, la orina en la vejiga, las piedras en el riñón, tus neuronas en la higuera, pero ¿dónde coño se encuentra la abulia que hoy me sacude el alma?
Blao, hasta hoy, jamás había oído salir de la boca del hombre la palabra "alma".

Y es por eso que Blao con tono afectuoso le dice:
¿Cómo es eso, mi ateo creyente? ¡Bienvenido seas al gremio de los espiritualistas! Que para que una cosa exista no necesita ser vista, ni tampoco tener masa, ¡que hasta el vacío pesa y nos cansa!
El hombre le cuenta, ahora, a Blao, que desde el día en que de niño acompañó a su abuela a la iglesia y se pararon a rezar delante del altar de las "ánimas del purgatorio", decidió abjurar de la palabra "alma". Cada vez que escuchaba esta palabra, o simplemente la oía, su cuerpo ardía, como el de las pobres criaturas desnudas que penaban en el abismo de aquel retablo macabro envuelto en llamas. Y le dice el hombre a Blao:
El alma es mi cuerpo, por eso dejé de substantivarlo con abstracciones que ni entendía y encima me atormentaban. Yo siempre llamé cuerpo, carne, agua, vino, savia, hijos, tierra, mujer, amigos a las cosas de mi vida. Nunca hasta hoy necesité del término alma para referirme a lo que palpo y vivo. Pero llevo una temporada que mis palabras se quedan cortas y no consigo decir lo que quiero. Las palabras, al menos las que yo conozco, las que manejo, no me bastan para decir lo que siento. Y cuando no atino o no encuentro paralelismo entre la palabra y la realidad que pienso, recurro al latiguillo del alma: "se me parte el alma", "me arrancaste el alma", "te quiero con toda mi alma", "con el alma en vilo", "infarto del alma", "amor de mi alma", "lo siento en el alma"... Ahora mismo por ejemplo para decir que la fragancia de la diamela me la rempanplinfa, que hasta la mudez del perro me rabia, y que hasta tú, mi querido Blao, me la sudas, pues bien, vengo y digo que me duele el alma, que es lo mismo decir que mis ojos están triste por no poder llevar cuando me muera este trozo del bancal que me sustenta. Quiero poner inútilmente palabras a este vacío, y es por eso que recurro al alma.
Y es ahora cuando Blao intenta convencer al hombre, que la palabra alma no es sino un neologismo inventado por Platón para nombrar lo innombrable, las sombras de su caverna:
Algunos hasta piensan que la muerte nos sobreviene cuando el alma abandona el cuerpo. Incluso afirman haberla visto volar al cielo en forma de paloma. El alma que debiera ser el instrumento armonizador frente a la dicotomía de la contradicción y el dualismo, hela aquí convertida en desertora, muro entre la materia y el espíritu. Puede que el alma sea una invención represora, oscurantista de una determinada cultura religiosa, pero tu tristeza, la desgana, tu abulia, el miedo, la soledad, la nostalgia, tu cólera, como también tu bienestar, tu percepción de unicidad y singularidad, tus emociones, son una realidad y deben tener su fuente y explicación. El alma, como sede de todas nuestras sensaciones, no es un misterio, tampoco lugar meritorio y exclusivo de místicos y poetas, sacerdotes y espiritistas; en todo caso, sí debiera ser objeto de estudio  de la neurociencia, de los que estudian el cerebro, la mente, que no deja de ser también cuerpo nuestro "animado". 
El hombre mira, ahora, la huerta vestida de lirios azules; y ve como el alma de una rosa intenta redimir con lujuria desbordante su tristeza; pero él no siente alivio ni placer. Y le contesta a Blao:
Puede que la razón te asista, amigo mio, pero aún así, esta mañana, tus palabras no consiguen llenar mi vacío del alma.

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