domingo, 26 de enero de 2014

Quién dijo miedo





Aquel lunes de primeros de febrero, Julián se levantó como de costumbre a las siete de la mañana. Debía estar en el tajo a las ocho en punto. Restregándose los párpados, bajó perezosamente las empinadas escaleras del piso. Julián vivía en el barrio de Las Casas Baratas, un grupo de viviendas de protección oficial. Compartía un cuarto piso sin ascensor con dos compañeros. Tiempos aquellos en que obreros y estudiantes se movilizaban contra un sistema falto de libertades. Cualquier ciudadano podía ser sospechoso, detenido y encarcelado sin más.

Antes de atravesar el portal, Julián miró la calle. Un jeep de la Policía, aparcado en la acera de enfrente. Cuatro guardias armados hasta las cejas. A esa hora, nadie anda husmeando por ahí, a no ser la pasma a la caza de un rojo.

Los latidos al trote del corazón pasmado de Julián. Confundido, indeciso y sin saber que hacer, el joven reaccionó de la peor manera. Y en lugar de dirigirse con naturalidad a ellos, y preguntarles que deseaban, se revolvió inmediatamente, subió al galope las escaleras, disimulando haber olvidado algo. Al huir, se delató a si mismo. Y los cuatro picoletos le echaron el guante en la mismo portal del edificio.

Allí mismo esposaron a Julián. El joven se sintió humillado, no de ser detenido, sino por su comportamiento no del todo valiente. Y quiso compensar su anterior huida, resitiéndose a los guardias. Dos empujones y una hostia bastaron para meter a Julián en un santiamén dentro del furgón. Y uno de los policías, entre belicoso y socarrón, dijo al joven:
¿No me dirás que tienes miedo, ahora? ¡Valientes comunistas de mierda, en cuanto véis un tricornio, os meáis en los pantalones!
En los momentos límites de nuestra vida, nuestra mente se desata sin venir a cuento. Y a Julián le vinieron, de pronto, dos caras a la cabeza:  la de Rocío Jurado y la de un lechero. El semblante de la Jurado con su canción Cuando de veras se quiere / el miedo es tu carcelero / y el corazón se te muere / si no te dicen te quiero, se le fue enseguida de su imaginación. En ese momento, no estaba el horno para bollos de amores. En cambio, la estampa del lechero, aquel que tenía la granja en frente de la casa de sus padres, estuvó con él durante todo el trayecto hasta llegar a Comisaría.

Aquel lechero cuidaba de sus cabras, prepraba la tierra, sembraba y segaba la alfalfa. Por la mañana, antes de repartir la leche de casa en casa, al alba, las tenía ya todas ordeñadas. Julián recuerda el sacrificio de aquel vecino sacando adelante a su familia.  Y sucedió, por entonces, que de la noche a la mañana, sus animales desaperecían. Por lo que el humilde lechero, fue a quejarse a la policía:
No hay derecho, señor inspector, que asaltadores de corrales anden por ahí sueltos destrozando mi único medio de vida. Y, mientras, ustedes, los que han de velar por el orden, hacen la vista gorda.
El comisario ofendido por las palabras del lechero, respondió envalentonado:
Lo que a tí te pasa, pobre lechero, es que te tiene acobardado un simple ratonzuelo de gallinas.
A lo que replicó el lechero:
¿Miedo yo? ¡Miedo usted señor comisario! Para entrar en su despacho me han quitado el deneí, me han cacheado hasta las ingles. ¿Miedo yo? ¡Miedo usted señor comisario! Me han puesto esta etiqueta en la solapa, porque de mi no se fían, para no perderme el rastro, por si me escapaba. ¿Miedo yo? ¡Miedo usted de mi, señor comisario! Como si yo fuera el mal de las cabras locas, que quisiera envenenar al Cuerpo entero de la Policía. ¿Miedo yo? ¡Miedo usted, señor comisario!, que en la misma puerta de su despacho, dos gorilas con porras y pistolas le protegen, porque usted mismo no se tiene.
Esto mismo y mucho más quiso decir Julián a los cuatro guardias, mientras preso lo llevaban a Comisaría. Lo que no sabemos es si lo logró, antes de que el picoleto que tenía más cerca le sellara la boca con un trompazo.



2 comentarios:

  1. Ya va siendo hora de que el miedo cambie de lado.
    Me ha encantado.
    Saludos.

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  2. Esa ramita
    anónima
    que cae
    mientras, atento
    se poda un árbol
    es la poesía


    un poli sin miedo

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