jueves, 5 de diciembre de 2013

La sima del recuerdo


Vuelvo a Azulada, pero ya mis ojos no son los de aquel niño que veía las cosas de otra manera ¿Y de qué manera? ¡De ninguna! Pues, al no recordar la cara de Melany, aquella niña, hija de los titiriteros del circo de la Placeta de san Cayetano, siento no haber vivido mi infancia en este pueblo. Las cosas que nuevas, ayer veía, hoy ya no me parecen ni viejas ni extrañas. Nada es como era antes. ¡No!, no es eso. Nada de lo que es ahora, parece que fuese ayer. Como los migracionistas del alma. Dicen que en siglos pasados fueron aristócratas, mendigos, monjes, escuderos, o cucarachas teledirigidas; pero no pueden demostrarlo. Sólo se valen de su vano deseo: escapar de sus alcantarillas, sobrevivir; aunque sea a cualquier precio, naciendo, por ejemplo, otra vez, en el adeene almidonado de un homínido de Atapuerca.

Desde que llegué a Azulada me propuse recuperar mi niñez, o lo que es lo mismo, a la niña Melania. Y sólo encuentro fragmentos inanimados, volutas invisibles que revolotean como negros murciélagos en la caverna oscura del acantilado de mi memoria, abismo de recuerdos enterrados. Después de haber vivido, y querer ahora recordar el pasado, también el presente se me escurre de las manos. Lo real y lo imaginado forman un compuesto fosilizado, que me descolocan hasta el punto de no saber lo que fui ni lo que soy.

Cuando, del recipiente de los acontecimientos que de niño me ocurrieron, consigo adueñarme de los ojos de caramelo de aquella niña, su frágil cuerpo de hada se convierte en nebulosa, y su dulce mirada entra a formar parte de la antropología infantil y legendaria. Después de haber vivido, dudo de haberlo hecho, pues, ya nada de lo que fue, tiene consistencia, aunque sí, sentido. El sentido de la paleontología de los sueños.

Mis correrías de niño se esfumaron como el gas que se escapa de una botella de butano. Pasado el tumulto de su fuga, desaparecido su olor y murmullo, todo queda reducido al mundo de las sombras, al silencio de la duda, un mundo sin fronteras ni límites, donde se me hace imposible redefinir el rostro de Melany, sus manos de agua, sus orejas, nidos de gorriones y estrellas. El tiempo es el fuego demoledor que convierte en cenizas el ayer de la sonrisa de una niña.

¡Ojalá estos científicos del pleistoceno mitocóndrico dieran con el origen sin origen del tiempo! Podríamos entonces vivir al  margen de los relojes de la historia, los despertadores del día y la noche. ¡Ya no más blasones abatidos en el huerto de las margaritas de una niñez olvidada. Y atravesaría feliz el mundo sómbrico de mi pasado neandertal y atávico. Y recuperaría a mi niño y a Melania, la sima de mi despeñado recuerdo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario