martes, 5 de noviembre de 2013

El amor de una mujer





Luz Azul padece de tristeza. Y está triste y apenada, y tiene los ojos llorosos, y todo lo que toca y mira se torna del color oscuro de las lágrimas. Gris está el monte que desde la lejanía, allá en el Valle observa a la mujer sentada fuera de la casa. Luz no ve ni entiende lo que cantan los pájaros escondidos en el pino, faro en la tierra que vigila los surcos de su corazón agrietado.

Hoy es un día cualquiera. No importa que sea domingo. Dentro de la casa hace calor. El marido duerme la siesta. Luz, sentada en el poyete de la parte de atrás de la casa se ensimisma en la lectura como contrapartida para sepultar el tedio, el desencanto, su juventud perdida. Y como Caperucita roja, despreocupada del lobo, se adentra en un bosque de ilusiones, zarzamoras, sueños, arándanos y fresas de encendido deleite y sabor. Luz se divierte entre las flores y los gorriones de las letras. Y tan hondo se abisma en el cuento que ahora lee, que se olvida de ella misma. Y su cuerpo, su cabeza, sus emociones y hasta los latidos de su sentir ya no son los suyos sino los del corazón de Ana, La señora del perrito de Chejov. Luz se entretiene leyendo, viviendo su vida de otra manera.

Hay quien se sumerge en la lectura para bajarse como Mafalda de este puto mundo, para olvidar sus penas, para librarse del marido aburrido y  protestón, para alejarse de la mujer superficial y pesetera. Luz Azul lee para cambiar la rutina de sus días por la mirada intensa y el abrazo fuerte de un hombre como Gurov que la bese apasionadamente en la boca. Y luego, los dos, ríen juntos como locos, frente a un mar de amores en Yalta. Y como águilas planeadoras gritan bajo el cielo azul: ¡qué hermoso es todo en el mundo cuando se refleja en nuestro espíritu!

Después de un tiempo extasiada en la lectura, Luz levanta la vista del libro y descubre gotas de rocío en las hojas del geranio. Nunca hasta ahora sus ojos se habían detenido en el pequeño huerto que rodea la parte posterior de la casa.

A Luz se le ilumina la cara leyendo a Chejov. Y ya no es ella la mujer de los ojos tristes. Luz es la señora que el autor ruso se inventa para demostrar a Dmitri Dmitrich, y al hombre en general, lo importante que es en la vida el amor de una mujer.


No hay comentarios:

Publicar un comentario