jueves, 28 de noviembre de 2013

Cuota sindical




Al conocer que ciertos dirigentes de la UGT de Madrid han cargado a la Visa del sindicato una media de 100.000 euros anuales en comidas celebradas en restaurantes de lujo, mi primera reacción es ordenar inmediatamente al banco la suspensión de mi cuota sindical. Por muy insignificante que sea mi aportación, no es justo que vaya destinada a sufragar mariscadas, asados, jabugos y demás juergas de unos aprovechados e indeseables, -me dije.

Pero me pongo a pensar más despacio. No quiero que un hecho particular me lleve a tomar una decisión equivocada. Que los arbustos y la mala hierba de unos mal llamados representantes obreros, me impida ver las bellezas del bosque, y que no me dejen seguir creyendo en la solidaridad, la fuerza, en el poder de los de abajo, en la base, como se decía en mis tiempos. No quiero que el deánimo, ni mi indignación por tanta pobreza, ni el paro, ni la indefensión, ni el resentimiento visceral, ni los despidos, ni el abaratamiento salarial, (aunque también y sobre todo), sean los que apaguen mi confianza en la continuidad de los sindicatos de clase como ofensiva para atajar el vandalismo de una economía salvaje.

Tampoco quiero que la indecencia de quienes denuestan el hermanamiento sindical, aprovechándose de la ignominia de unos cuantos desharrapados que cargan sus comilonas a las cuotas de sus afiliados, sean el impulsor de mi rabieta. ¡Allá ellos se las vean con su responsabilidad, y pronto!

Luego ya más calmado, el sentimiento dolorido sobre una conciencia obrera vilipendiada es el que me hace gritar contra esos buitres, que para defender sus cotos privados, recortes, cargos institucionales y políticos, ideologías conservadoras, barandismo económico, cogen el rábano por las hojas, hacen leña del árbol caído, y se valen de la vileza particular de unos cuantos desaprensivos, para abolir, si pudieran, toda resistencia obrera, y así acampar, dictar, reprimir y gobernar a sus anchas.

La simple cuota sindical de un afiliado más vale lo que significa. Su importancia en pesetas es mínimo. Es sobre todo su valor como eslabón simbólico el que une los brazos levantados de la protesta y la esperanza de todo un pueblo contra la sin razón y barbarie del todo vale, sobre todo, si se trata de don dinero.

3 comentarios:

  1. Hace tiempo que di ese paso, no lo medité tanto y con el paso del tiempo he dejado de arrepentirme.
    Saludos.

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  2. Mi padre fundó Comisiones (entonces no era necesaria más especificación) en Santander cuando la Oprobiosa, lo que le granjeó 6 años de cárcel que finiquitaron en 1976, a mis recién estrenados 13 años. Luego siguió varios años en la lucha sindical, hasta que le hicieron la cama los que veían el sindicalismo de otro modo. Para él, el sindicato solo merecería tal nombre autofinanciándose; los otros iban olisqueando los fondos públicos, sin percatarse (o quizá sí) de que eso, a la larga, te convierte en una oficina gubernamental o, peor aún, en un cubil de trincancias. Los hechos, a lo que parece, le van dando la razón a mi defenestrado padre.
    Por otro lado, UGT incurre en estos dislates con irritante querencia. En tiempos de Nico Redondo, se dijo que el escándalo de la PSV provocó su dimisión. Con otro gordoncho al mando, repiten la jugada. ¿Es casual? ¿Sucede lo mismo en CC.OO.?
    Como fuere, discrepo de que el sindicalismo "de clase" sea un valor superior, que se deba sostener independientemente de si en su nombre se cometen choriceos o no. Yo no soy capaz de separar la "misión" de los que la llevan a cabo. Si lo fuera, quizá podría llegar a justificar otras aberraciones, pues toda utopía tiene, en el fondo, fondo, un impulso encomiable.

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  3. Y es que esto es lo que uno provoca cuando se decanta por la defensa de los principios sin más, por las ideas absolutas. Siempre temibles las ideas absolutas. Pero me resito, me niego a aceptar que tanto la lucha de tu padre, como la de tantos otros, fue en vano. ¡Lucharon por algo! Yo que viví el sindicalismo facista, burocrático y funcionarial, reconozco que a veces, entre estos y aquellos, no hay gran diferencia. A las claras está. Pero aún a pesar de ello, no me apeo de aquellos valores, (otra vez los principios abstractos), deseos de solidaridad, humanidad, libertad y justicia que llevaron a tantos a derrocar la dictadura. Otra cosa es que sus continuadores no estén a su altura. Y por supuesto: la nostalgia no debería estar reñida con otras formas de organización mas autónomas, menos gubernamentales, más combativas, imaginativas y menos sometidas al mundo global financiero. Bueno, me callo, porque es tan fácil hablar que me avergüenzo.

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