jueves, 10 de octubre de 2013

Vida útil



Adaluz había oído decir que los electrodomésticos que salían al mercado, los fabricaban ya de modo que al llegar una fecha concreta dejaban automáticamente de funcionar. Como un coche que, cuando se le acaba el combustible, ya no arranca. Por ejemplo, su lavadora, el sábado pasado, llegó al termino de su vida útil, se le estropeó para siempre, el día justo que venía inscrito en su ficha técnica.

Aquella mañana, cuando Adaluz se levantó, miró bien en el pabellón interior de su oreja derecha para ver su código de barra. ¿Y por qué en la oreja? Según los chinos el órgano externo del oído es el que mejor refleja al individuo. No en vano la oreja es la representacion en pequeño de toda nuestra estructura corporal en su conjunto. De ahí el parecido de nuestro apéndice auricular con el embrión humano.

Aquella mañana, hacía años que Adaluz había nacido. Y al enjuagarse la cara frente al espejo, se hurgó en su oreja  intentando ver los dígitos de su caducidad. Y menos mal que llegó a tiempo. La fecha  para la que su expiración estaba programada se cumplía al día siguiente. Luego quiso preguntarse con Saramago: ¿Cuántos años tengo? Pero desistió, pues a pesar de que el Nobel portugués era para Adaluz un escritor emblemático, este poema suyo en concreto le resultaba un tanto hortera y presumido.

Adaluz, podría no estar de acuerdo con Saramago (suponiendo que el mencionado poema fuese de este autor y ella lo hubiese leído) cuando el escritor dice: 
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse
en el fuego de una pasión deseada.. y otras...
es un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
Pero Adaluz, como Saramago, como todos, bien sabía que no es lo mismo ocho que ochenta. Y es que esta mujer era también hábil encubridora de su vanidad soterrada, y mientras se echaba cera en la cara para disimular sus arrugas, decía para ella: yo nací ya mucho antes a través de la cadena milenaria de la que nos alimentamos. Y aún así, no acabaré nunca de nacer, ni tampoco de morir.  Pero Adaluz con este pensamiento, nada original, propio de poetas ojerosos de metáforas comunes, lo que quería es quitarse años de encima, escaquearse con la sublimidad que nos otorga una honrosa huida hacia adelante. Lo que quería esta buena mujer, era prorrogarse como un danone, parodiando al ministro Cañete, más allá de la fecha de su consumo establecido.

Y aquella mañana, Adaluz no quería que el miedo y la debilidad de su vejez apresurada y cantada, como agudo diapasón dentro de su oído interno, se adueñara de su carne ya fofa y lánguida. Adaluz no quería apachucharse por el anuncio de su muerte inminente. Pero sólo el pensar que su vida pudiera depender de la cábala de unos números, de un código, de un asterisco, la dejó en el terror sumida. Es muy horrible el espanto que se esconde debajo del ultimátum de una simple tira numérica que, cual espada de Damocles, se cierne sobre nuestra engreída cabeza. Pero, ¿de qué ensamblajes paradigmáticos estará hecho el ser humano, que cuando el paroxismo del horror llega a su punto inaguantable, todo su ser viene y se relaja? Y Adaluz ya presa de ese horror delirante, en lugar de derrumbarse, se sobrepuso al instante, como el protagonista de El pozo y el péndulo de Allan Poe, tocada por la luz de la voz de su nieta que le decía: 
Abuela, ¡venga ya, que el abuelito te espera!  

1 comentario:

  1. Me ha encantado, Juan. ¿Me dejas que lo comparta en el concurso de fotografía de salud mental y vejez que estamos llevando a cabo en cattell psicólogos? Utilizaría la misma foto que le has puesto tú. Claro, si a tí ta parece bien
    Abrazos y sonrisas.

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