viernes, 25 de octubre de 2013

Palabras de celuloide




La tarde se le echa encima sin darse cuenta. Solamente quedan él y ella. Con esta mujer se siente bien. Y se entretiene intencionadamente para coincidir ambos a la salida del trabajo. Él la invita a tomar un café en La Zaranda, un bar a las espaldas del Museo municipal.

Un deseo de coquetería, de querer deslumbrar a su compañera, le lleva a hablar de temas trascendentales, asuntos que nada tienen que ver con sus vidas. Él acostumbra a esconderse en conversaciones sublimes. Y en lugar de decir a las claras a la mujer que bonitos ojos tienes, recubre su timidez con la bisutería del engatusamiento ilustrado, palabras de paja. Como si, en la lejana trascendencia del eco vacío del arte emplumado, la punta de sus almas se aviniesen y tocasen.

El hombre es el que habla. No sabe como poner sus manos. Intenta mirar con detenimiento los ojos de ella, pero no se atreve, y detiene su vista en el servilletero. Él sólo se siente seguro en sus palabras, detrás del teleobjetivo verbal de su cámara:
Tanto en la literatura, en el cine como en el teatro, directores como Carlos Saura escogen como protagonistas a actores muy vinculados al tema de sus creaciones. Quieren asegurar  el verismo de su representación, y así unir arte y vida.
Interviene ahora ella. Pero lo hace desinhibida queriendo acortar las distancias que el sin proponérselo se impone. Llega incluso a coger cariñosamente la mano del hombre:
La trama de una narración imaginaria lleva a sus protagonistas a representar papeles sacados de su misma vida real. En cambio los que nos somos artistas nos comportamos como actores, eludiendo nuestra responsabilidad. La desacertada profesionalidad de los personajes en sus actuaciones teatrales no es imputable, ni transferible a los creadores de dichas obras. No fue Goya el autor material de los fusilamientos que pinta, como tampoco Velázquez  crucificó a Cristo. Pero nosotros en cambio –acentúa finalmente ahora la mujer con un fatalismo en las arrugas de su frente- sí debemos soportar las escenificaciones de nuestras conductas.
Sin haber entendido del todo las últimas palabras de la mujer, él continúa hablando como si tal cosa:
A veces un creador, tan de lleno se involucra en su obra artística, que ésta llega a apoderarse de su vida privada, hasta el punto que los hechos y los personajes que se inventa son su propia vida. Así al menos lo percibo yo, y confundo a Vázquez Montalbán con Carballo, a Chahaspehare con Hamlet, o a Saint Exupery con El Principito. Por culpa de este desenfoque a veces tomo por más cierto lo que leo que lo que vivo. Y es por esto mismo, que quisiera guardar este momento más como un amoroso encuentro leído que real y vivido. 
Resta sólo decir de esta pequeña historia, que después de escuchar este último razonamiento, nunca más la mujer accedería a los requiebros de este hombre escondido detrás de sus palabras de celuloide. 

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