sábado, 4 de mayo de 2013

La sombra de Antinoo



Cuando el bello Antinoo se miró aquella mañana en el espejo, la sombra se interpuso entre el cristal y su cara. Y quiso despojarse el joven de Bitinia de esa mancha oscura. Y no pudo. La sombra, como una lapa, se pegó a su cuerpo, y lo cubrió por entero. Temeroso de que el emperador Adriano no pudiera gozarse ya más con su hermosura, Antinoo intentó con estratagemas varias deshacerse de su sombra. Jugaba al marro. En arriesgados quiebres dejaba herida y rezagada a su sombra enajenada; y salía corriendo para perderla de vista. Pero la chinesca forma alargada de Antinoo, maquinal y elástica, satélite subyugado, por la atracción homocigótica de su repudiador planeta, a su divina caza daba enseguida alcance cubriendo sus ojos de un gris oscuro.

En una ocasión Antinoo sorprendió a la sombra acostada sobre la hierba debajo una parra de Corinto, y sin que ella se diera cuenta, cogió un bote de cola de carpintero, y con una brocha la dejó allí mismo estampada. Y a estampidas se alejó de ella como si fuese el mismísimo diablo. Fue inútil. Al momento ya estaba la sombra con sus zalamerías empalagosas atusando los rizos del adolescente Antinoo, pintarrajeando de negro sus manos, ensombreciendo su apetecible cuerpo de una repelente espuma opaca que convertía en aborrecible su hermosura.

Con todo el joven no cesaba de ejercitarse en prácticas más arriesgadas, como bajadas supersónicas en trineo por los montes escarpados de nieve de la cordillera alpina, y así ver la manera de librarse definitivamente de su impertinente fardo a él apegado como mosca patatera al tubérculo de su cuerpo ennegrecido. Pero su sombra nunca se amedrentaba ni mucho menos se espantaba; al contrario, más ducha en tretas y regates se curtía, y más ceñida a sus carnes lo tapaba.

Antinoo cambió de táctica. Pasó al maltrato psicológico. Todas las mañanas, nada más levantarse, con ojos sarcásticos de ira enmudecida, se meaba sin pudor sobre su propio espectro. Y se encaraba humillante con ella:  
Hija de zorra, no te ganas el pan que te comes, deja de marearme como si yo fuera la encandilada perdiz de tu desenfrenado apetito. Vergüenza debería darte depender como una holgazana de todos mis pasos
La sombra se hacía la sorda, la estrecha, la tonta, le resbalaba todo. Sin pasar, pasaba camaleónicamente de las asediadoras y vejatorias palabras de su portador malhumorado. Y siempre acababa la sombra aún más envolvente y adherida a su centrípeta escolta.

Probó también Antinoo con los celos. Estando de cacería en Egipto, Antinoo no tuvo reparos en besar enardecido y repetidas veces a la vista de todos al emperador. El joven como licenciosa peonza bailaba y bailaba completamente desnudo alrededor del cuerpo de Adriano derretido en un mar de lascivia. La sombra del joven Antinoo no se dio por aludida. Y ésta no corrió por despechó a buscar en otro cuerpo amores y cobijo, sino que siguió amarrada a Antinoo, ennegreciendo su cuerpo, como el anochecer a la tarde tras el ocaso.

Hasta que Antinoo creyó dar con la trampa definitiva. Y pensó: si consigo subirme a la gran piedra que otea el río, y desde su imponente altura me lanzo al agua, tal vez la sombra no pueda seguir mi vertiginosa caída -se dijo cual otro Arquímedes en su bañera-, y así por fin  separarme pueda del viscoso apósito de mis umbrales adherencias.

Así que subió y subió hasta colocarse encima de la gran roca. Lo sucedido luego, ya es historia. Antinoo se lanzó de un imponente salto al Nilo. Y murió ahogado o desnucado. No lo sabemos. Lo que sí es cierto son las palabras de su afrutada boca recogidas por el historiador Aurelius Crasus en su célebre libro De móribus imperatorum:
¡Por los dioses, cómo habré estado para cercenarme el cuello como un imbécil en lugar de sajárselo a la muy puta! ¡No sabía hasta que punto estábamos tan desgraciadamente aconcubinados! Ya lo dijo el divino Júpiter: "¡Maldito serás, oh fámulo, entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre el vientre de tu propio eclipse te arrastrarás, y mientras el sol brille sobre tu cabeza, comerás el polvo de tu propia sombra todos los días de tu vida!

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