miércoles, 10 de abril de 2013

La tortuga de Franco




La dueña del terrario Arenas del Aire tiene los ojos claros. Nadie con ojos claros es capaz de mentir. Y si además se llama Clara, debe ser cierto lo que ahora esta mujer me dice con voz suave, mientras acaricia el cuello de la tortuga como si fuera la dulce nuca de su nietecilla:
Se trata de la tortuga del Generalísimo. No hay duda. La esvástica sobre la parte delantera de su caparazón es prueba sobrada.
Clara, abre la puerta del terrario. La mujer de ojos claros saca el reptil con respeto y cuidado del rincón del fondo, donde el quelonio, ajeno al mundo, duerme viejos sueños de gloria. Y me la muestra con orgullo, como una madre presentaría su hijo a su cuñada que acaba de llegar de ultramar. Luego que Clara nota mi cumplida admiración, con pasmosa habilidad da la vuelta al bicho, y me enseña el águila negra tatuada sobre la bandera roja y gualda que cubre toda su base.
Me costó Dios y ayuda dar con este espécimen. Sé de dictadores que, aún después de muertos, permanecen entre nosotros protegiéndonos, viviendo camuflados en sus animales de compañía.
La mujer no necesita decirme aquello de cuidado, el cadáver de Marx aún respira, para que la célebre frase de Nicanor Parra venga ahora a mi mente como conjuro de otros mengues y fantasmas. Y me invita a que pase también mi mano mimosa por la cabecita de la tortuga. Desde pequeño, siento repugnancia por todo ser viviente que arrastra su barriga por el suelo. Pero es tanta la insistencia que veo en los ojos generosos de Clara, que me decido a tocar al galápago, no sea que la mujer se tome a mal mi desaire y se niegue a venderme el exquisito animalito. Y es precisamente en este momento, cuando la tortuga empieza a mover automáticamente su mano derecha, exactamente igual que lo hacía el Generalísimo en sus discursos de fin de Año. Sobra decir que no necesito fijarme si la tortuga luce bigote para convencerme de que, si esta tortuga no es la reencarnación misma de Franco, al menos sí fue su mascota durante el tiempo que el caudillo vivió en el Pardo.

No dije al principio a que me dedico. Pero por lo que llevo contado, ustedes ya habrán adivinado que soy coleccionista. Mi trabajo consiste en buscar por todo el mundo los animales de compañía que pertenecieron a gente importante. Tengo en mi haber a Charlie, el loro que acompañó a Churchill durante la Segunda Guerra Mundial; al pastor búlgaro que lamía los pies de Musolini; al gato siamés que todas las noches, antes de irse a la cama, Pinochet besaba el rabo; al hurón turco de Sadam Husein que tanta suerte le dio en sus cacerías de conejos por los desiertos de Irán. Pero me faltaba hacerme con la mascota de Franco.

Y tras recorrer, durante más de treinta años, el orbe entero, aquí estoy en Arenas del Aire a ver si le saco a esta mujer esta tortuga por cuatro perras. El dictador confiaba sus grandes secretos de Estado a esta tortuga. No firmaba pena muerte alguna sin consultar antes con este reptil.

Y no crean que en esta afición que cultivo como devoto cancerbero del patrimonio de la humanidad me mueve altruismo alguno. No es mi propósito evitar que la rabia transmitida a estos inocentes animales por sus amos siga extendiéndose por el mundo. Lo mío es sinceramente enriquecerme a su costa. Luego con estas preciosas adquisiciones pienso organizar una gran subasta. Espero recaudar un buen botín, que por supuesto invertiré, siguiendo el consejo de mi amigo José Luís Bárcenas, a buen recuado en las Islas Vírgenes.

2 comentarios:

  1. Admiro tu ironía aunque puede que le fuese más adecuada otra mascota. ¿Qué te parece un "Espalda plateá".
    Pero lo que más admiro de ti es cómo vuela tu pluma.
    Un abrazo, Juan.
    Juan

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  2. A mi, justamente las tortugas son junto a los elefanticos,mis animales favoritos...jajaja,vivan las tortugas! Y viva mi tío!! Que por cierto,tío Juan,dile a mi Tita que la llamé en su Santo y cumple pero no me cogió ni una vez la llamada...O sea,que de olvidarme de ella,nada,eh? Jejeje ,,Un beso muy grande a los dos,,,Me ha gustado tu escrito:-)

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