Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco. Y ¡maldita la hora que le hice caso a Huidobro del Altazor, al mismo que se le ocurrió decir que los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.
Y llevado de la fuerza poética de su lectura desconcertante, arrolladora, imaginativa, esquizofrénica, desintegrante, me subí a su paracaídas, una retalera zurcida de agujeros negros. ¡Sube! -me dijo- el cenit es nuestro destino. El azul, el cielo diamantino, su brillo, su inalcanzable estela, el aire... ¡siempre me habían cautivado tanto! Y acabé en el nadir, en el lado opuesto del apogeo, en el abismo, en la tumba. La tumba tiene más poder que los ojos de la amada. Nos perdimos en aquel acantilado de papel ceniza.
¡Llévate cuidado, -me dijo- las páginas del espacio están llenas de baches. Tal vez la altura, el vértigo hizo que me quedara mudo.Yo no sé ¿por qué el miedo afecta, sobre todo, al habla? Mudo se quedó Zacarías cuando supo que su mujer se había quedado embarazada. Muda se quedó la letra hache después de haber sido violada. Mudo el cornudo. Muda nuestra España, después de la Guerra Civil.
Toda mi vida hasta entonces había transcurrido en orden. De mi casa al trabajo. Un sitio para cada cosa. A la una, la comida. El café, a las cuatro y media. Los domingos a la playa. Y para no caer en la locura, aquella mañana, cuando vino Vicente a verme, y me dijo sugerente ¡sube, que vamos al horizonte!, le hice caso, sólo en aquella ocasión. Luego tras nuestra caída, no tuve más oportunidades. Y oía que me decía:
Vamos cayendo cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir, y dejamos manchado el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana respirando.Hasta ese día, yo había creído en la economía, en el trabajo, en los bienes de la producción, en la justa distribución. Y todo lo que pudo ser, se vino a bajo. El puñal de una tormenta desgarró el paracaídas, se clavó en nuestra garganta, y como el marido de la prima Isabel también quedamos mudos, ciegos, locos, mancos, tullidos y tontos. Perdimos de vista los siete puntos cardinales: el norte, el sur, nuestros hijos, el mar, la política, el más allá. Luego una estrella con su vértice desgarró nuestro rumbo.
El resto ya no es noticia, es la pura realidad. Volamos como una golondrina muerta. Las letras de nuestros nombres van cayendo en picado, disgregadas, al vacío. Nuestros huesos secos se deshacen poco a poco en un nicho. ¿Y el de nuestros hijos...? ¡Mañana lo dirá la esperanza!
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