sábado, 16 de febrero de 2013

Besos de piedra




De aquella muda y pálida
mujer me acuerdo y digo:
 -¡ Oh, qué amor tan callado, el de la muerte!
¡ Qué sueño el del sepulcro, tan tranquilo!

Rima LXXVI  (Becquer)


Cuando antes de ayer, en el día de los enamorados, el telediario de la 1 recogía ese beso entre tierno, infantil y paternal que el marido le daba a la esposa enferma de alzheimer, sentí fuerte una pérdida: haber saboreado yo en otro tiempo algo también dulce y agradable. Y me sentí triste porque no sabía, yo tampoco, poner rostro, labios y pasión a besos tan sentidos como ignorados. Imposible rescatar ya aquel frenesí, convertido ahora en mármol. Y como esa mujer fría y distante de los Informativos, ando errante, cargado con ese fardo de nostalgias sobre mis espaldas baldadas y desprotegidas.

Y me dijiste, con tu cara de piedra tallada, dándole la vuelta a mi propio argumento:
¡Y qué importa que no te acuerdes de mí, si aún guardas todavía en la memoria de tu boca la sonrisa y el almíbar de los besos de savia que nos dimos en aquel malecón de amores encriptados!
Luego, fui yo el que añadí: 
No me acuerdo de lo que almorcé esta mañana, pero mi paladar aún huele a canela en rama.

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