
Amanezco tarde y cansado. De nuevo la misma rutina: ver como el círculo azul plata del alba desaparece en el triángulo rojo, tras el dios de la montaña.
¡Ay cómo envidio a los amigos que aún conservan su fe! Los envidio porque esperan. Mantienen viva su ilusión. Y hoy domingo, perfuman su alma, se ponen el traje nuevo, su mejor corbata. Y se levantan alegres y raudos a regar el árbol del paraíso, la religión, la cultura que heredaron de sus padres.
Y están seguros, muy seguros que tarde o temprano saborearán la manzana del jardín de las Hespérides; aunque sepan entre dientes que este fruto de las diosas del Ocaso sea su alimentada muerte, la dulce muerte narcotizada de su vida perdurable.
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