Esta mañana me encontré perdido en mi propia casa. Luego escribí un montón de páginas para ver la manera de encontrar la salida. Vivir es salir del vientre de tu madriguera, aunque no sepas a donde. Nadie sabe lo que le espera tras cruzar el orto límbico. Ni siquiera sabes si hay meta. Las palabras, espejo de la realidad distorsionada. Y voy a echar mano de su imagen reflejada, y se me deshace como la nieve en el calor de la mente. Y me lié de tal manera entre laberintos de conceptos oscuros y rebuscados, que me vi aún más atrapado en mi propia morralla. Cogí los folios y los tiré a la papelera.
Y este es el arte y la gracia del buen escritor. Mientras tú no dices nada, intentando decirlo todo, Kafka, casi sin decir ni pío, con tan sólo un micro de no más de diez líneas, aclara hasta del carbón sus negruras, y me señala en La partida el camino para dar con la puerta:
Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:
-¿Adónde va el patrón?
-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta.
-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó.
-Sí -repliqué- te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta.
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