Si ayer dictar sentencia era su mayor placer y contribución al orden por establecer, hoy este quehacer es un peso sobre su mala conciencia de padre.
El magistrado esta mañana da dos mil vueltas al pliego del expediente A10052012Z. Como animal acosado por las pruebas condenatorias redacta el fallo contra su hijo, como si fuera él mismo el inculpado. Piensa que matando, acusando al hijo, mata también su culpa como mal padre. Las pruebas se le resisten, nadie está obligado a echar piedras sobre su tejado. Pero la ley lo exige, también su hipocrático deber como padre. La autoridad es incuestionable se trate de quien se trate. Deberá dictar sentencia aunque sea el hijo el imputado. El lazo sanguíneo es insobornable. Y se resiste el toro cornudo a embestir contra el novillo inocente, desnudo de culpa y falta. Si fue hombre para fecundar lo nacido de Sara, más padre y mejor hombre deberá ser para reconducir lo que torció el destino. Y el togado, como otrora Abrahán tan insensato, se dispone a sacrificar al cordero de sus cromosomas en el altar que la sociedad le ha preparado para aplacar y esconder las iras de su mafioso riñón bien cubierto de plata y oro.
El padre utilizaba al hijo como mulo, como correo humano desde Colombia a Madrid. 50 cápsulas de cocaína dentro del estómago del muchacho por cada viaje. En aquella ocasión la pastilla que el hijo del juez se tomó para no ir al baño durante el trayecto, no le hizo ningún efecto. Y allí mismo, en Barajas, los perros de la policía detectaron entre los vómitos las tabletas de la coca. El hijo actualmente está a la espera del juicio.
Y la firma del juez es ahora el puñal afilado que conducirá a la cárcel al hijo, como otrora Abrahán llevó a Isaac al monte Moriah. Si ahora es el padre el que condena al hijo, antes éste lo mismo hizo con su progenitor por arrebatarle a Yocasta, el amor de la madre. Ingenuamente creen los dos, tanto -Layo y Edipo- como el magistrado y el hijo, que las ratas de la culpa dejarán de roer sus conciencias. Nada como un sacrificio para redimir la culpa. Y más si, como en este caso, sospecha el togado que el ángel de la providencia detendrá su mano ejecutora por incompatibilidad en primer grado de consanguinidad.
Dicen ¡quién sabe! que el magistrado hubiera preferido autoinmolarse consumando el sacrificio en el nombre del hijo, para acabar así con el mito, pero entonces ¿quién alimentaría nuestra fe en el amor del padre?
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