domingo, 18 de marzo de 2012

La escalera del agua




Andar es ir hacia adelante. Nadie, a no ser un sofrólogo suicida convencido de que fuente y regresión, manantial y sumidero son la misma cosa, se pone en camino para llegar al punto de partida. También los hay que no cesan de moverse. Es su mejor manera para permanecer siempre en el mismo sitio.

Después de tres días de marcha llego a la garganta desencajada de un monte, las Peñas de Cervera, en la mancomunidad de La Yecla, un espacio natural que congrega a una decena de pueblos del valle medio del río Arlanza, afluente del Pisuerga. La pasarela metálica me invita a descender escoltado entre dos enormes paredes abruptas, que arrancan desde allá abajo, en la oscuridad de un arroyo entre soterrado y caudaloso. Y la verticalidad de la hendidura del monte, lo mismo que se ahonda cual iceberg no visto, se eleva triunfante para ser nido y hábitat de aves de altura, águilas y buitres leonados a plena vista.

El lugar es de difícil acceso. De no ser por la ingeniosa estructura clavada en la misma pelvis de la montaña, imposible me hubiese sido bajar hasta este desfiladero. Quiero dejar constancia aquí, en el útero de la montaña, de mi paso accidental y fortuito por estas tierras de Caleruega; y como los enamorados que graban en la corteza de un árbol el corazón de su primer beso, yo también hubiera horadado las iniciales de mi nombre en la carne de la piedra. Pero el respeto sagrado que me impone la epidermis caliza y virgen de la montaña me lo impide. El ruido abisal del correr del agua reverbera en mis oídos. Y aunque no sé definir muy bien si llanto o risas son sus ecos y crujidos, yo me hubiera quedado aquí para siempre hasta escuchar como Unamuno en su Manuel Bueno y Mártir el dulce repicar del campanario sumergido en el lago de Valverde de Lucerna.

Y en este extraño viaje, tengo la sensación de regresar al lugar donde antes, estando nunca, había estado. Y siento algo íntimo a mí adherido. Y descubro este lugar en mi escondido, durante el frío de los años y los calores de los días.

Con uñas y dientes me agarro a los cantos de la roca. Me niego a desandar de nuevo el trayecto, tan solo para volver al mismo punto de salida. No quiero que el camino de regreso me aleje, me mienta lo que soy y de donde vengo.

Luego, sin yo querer, el trajín del viaje de nuevo me arrancó de allí a la fuerza. Y al contrario que Machado en su Retrato, yo, mi historia, algunos casos, recordar sí quiero.

3 comentarios:

  1. Entiendo que quieras recordarlo, que las pequeñas hazañas de nuestra historia personal nos llenan de gozo cada vez que las pensamos.
    Un abrazo, querido Juan.

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  2. Eso del sofrólogo suicida me ha encantado.
    Un abrazo, Juan.

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  3. Dichoso quien, como tu, logra estar en los sitios sin haber estado. Un abrazo

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