Cuando la chica veinteañera en Esperando de Osamu Dazai dice: todos los días voy a la pequeña estación de tren a buscar a alguien. Quien es ese alguien, ella no lo sabe. Yo sí que lo sabía.
Por eso nada más terminar de leer el cuento del autor de El Ocaso, salí al carril de las tres rosas. Crucé la plaza, me dirigí al río, pasé por encima del puente de hierro, y por la senda de tierra que corre en paralelo al cauce del agua, después de siete horas de camino, llegué a la ciudad de la vieja estación. Mi intención era llegar antes de que la chica se marchara, antes de que sus miedos acabaran con ella, que su desesperación la llevara a cometer una locura, antes que se arrojara a las vías del tren por ejemplo, o al río como luego hicieron Dazai y su amante.
¿Que cómo pude saber donde se encontraba aquella estación, si la muchacha jamás se lo dijo a nadie? Muy fácil. También yo en mi juventud estuve meses enteros en esa misma estación, en el andén de la angustia y la tristeza, en el banco de la incomprensión y el vacío, esperando a quien no conocía. El silencio y la soledad quebraban, hundían las paredes de mi habitación en ruinas. Y como ahora la muchacha se siente sola y llena de odio, yo también me vi en aquel tiempo de mis años, confuso y sin saber donde ir, echando pestes de todos, sin nadie y abandonado.
Y como quien pierde una estrella de mar navegué de puerto en puerto preguntando a todos los pescadores por mi equinodermo extraviado. Los palangreros me decían:
Si al menos nos enseñaras una fotografía de tu querido pez, tal vez podríamos ayudarte.Por supuesto, yo llevaba la foto conmigo, como todo niño encontrado lleva escrito en la muñeca el número del teléfono de sus padres. Y la mostré de inmediato. Los pescadores miraban la foto detenidamente, y luego extrañados levantaban la cabeza deteniendo sus ojos en mi cara. Así una y mil veces. Hasta que el más viejo de los pescadores cual aquel otro Diógenes de la antigüedad, me dijo:
¡Pero, muchacho, si a quien buscas, es a ti mismo!
Verdaderamente hermoso. Y poético, por esa evocación de un vacío tan esencial a lo humano. Desde luego, hay que decir que lo vistes con las mejores galas, es decir, con las mejores palabras. Miguel Ángel Alonso
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