El trop-a-trop de los tambores en volanda manifestaria desatan su rabia, la furia desaforada. La marcha comienza en los soportales del templo vitalicio del mercado. Su destino: la Delegación del Gobierno. Y entre estos dos polos -política y dinero-, los hierros de la tenaza, cabecera y sepultura de la mayor tiranía, un río de banderolas y pancartas enarbola su protesta por la arteria principal de la cittá dolente (2), un regimiento de trabajadores y peces muertos camino del matadero.
Estaba el albañil en su andamio encaramado acicalando la fachada de su casa hipotecada con la plusvalía y el desahucio de su plana y su martilla. Pasó por allí el banquero y se llevó el pico y la escalera; al rato pasó el político recién nombrado sheriff del corral y de la granja, y se llevó el andamio, el único sostén legal que al obrero le quedaba.
Y mañana en el Parlamento, ángeles vestidos de negro después de desayunar huevos revueltos con morcilla de cordero abrirán la sesión como si nada. Un cementerio de conquistas sepultadas, de convenios, despidos, y antiguas luchas obreras, cruces arrambladas en el campo de batalla por los picotazos de una bandada de gaviotas. Todo un derecho yermo, desprotegido y libre al asalto del caimán y de la zorra. Laboricidio. Los sindicatos de nuevo como antaño entre rejas, por decreto derogados.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena? (3)
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(1)Laboricidio: muerte dada violentamente a las asociaciones representativas de los trabajadores.
(2) Inferno (Dante). Canto III.
(3) Últimos versos de “El niño yuntero”
Del libro “Viento del pueblo”
(Miguel Hernández, 1937)
Precioso su artículo y compartiendo sus preocupaciones
ResponderEliminarisabel
muy bueno
ResponderEliminarhermoso canto de cisne
Antonio