jueves, 29 de septiembre de 2011

Marketing solidario




El río Guadamiar se desbordó por completo a su paso por Sedebona, la capital de la Vega del Sol. Las copiosas lluvias caídas en la cuenca del Valderío durante los días 7 y 8 del mes pasado fueron la causa del mayor desastre ocurrido desde la riada de santa Úrsula, allá por el año 1943. Esta vez el agua entró en las viviendas causando innumerables daños materiales. El 37% de las familias perdieron sus casas. A fecha de hoy son muchas las personas que aún continúan instaladas de mala manera en los distintos pabellones deportivos de la localidad. Las estructuras del museo arqueológico, así como los más emblemáticos edificios de la ciudad: la Agencia Tributaria, el Consistorio, la Catedral, el palacio de san Fulgencio, la plaza de toros, etc. resultaron minados en sus cimientos. Transcurrido veinte días tras la riada, aún no se sabe el número exacto de víctimas mortales, que ya se cuentan por centenares.

Numerosas instituciones del país se han volcado en ayuda con los daminificados. "Todos con Sedebona" es el lema. No es necesario hacer un listado de las distintas asociaciones y empresas, deportistas, músicos, artistas, colectivos de toda índole, bomberos, comerciantes, que en estos momentos están colaborando de manera desinteresada con esta ciudad devastada hasta límites inconcebibles.

Y aunque no ha de saber la mano izquierda lo que hace la derecha, yo quiero dejar constancia aquí de la distinguida y solidaria labor de una firma en especial: Azulejos la Imperial.

Son las diez de la mañana. Recibo una llamada de teléfono. Suena la voz piadosa de una señorita:

Soy Laura Rodríguez de Azulejos la Imperial. Con el fin de ayudar a los vecinos de Sedebona, nuestra empresa ha sacado en exclusiva un plato típico firmado por los más célebres pintores del momento. Su coste es de 100 euros. Si usted está dispuesto en colaborar con sólo diez euros, le llevamos el plato a su domicilio.
¿Quién podría negarse a tanta ganga y misericordia puesta tan a la mano? Por supuesto le contesté afirmativo.

Esa misma tarde recibo la visita de una elegante empleada de la empresa. Me entrega el plato metido en una caja. Y sin darme tiempo a contemplarlo, y sin hacer la muchacha elogio o mención alguna a la cerámica, o a los motivos que llevaron a la empresa a solidarizarse con el desastre de Sedebona, me pregunta:


¿Le importa que le muestre el catálogo de la promoción de nuestros últimos productos?
Y acto seguido me enseña un gran muestrario a todo color con una gama de artículos, griferías, espejos, baterías de cocina, relojes, lavabos, sales de baño, cubertería... La dependienta como quien anuncia que te ha tocado el gordo de la lotería, me dice feliz y sonriente:

Desde este momento, sin costo alguno por su parte le regalo este juego de cacerolas, una freidora y dos fuentes de porcelana china serigrafiadas con la imagen de la Virgen de las Huertas.
Al ver mi cara de asombro, la joven me da la enhorabuena por haber sido el número 1000 de los que han aceptado la oferta. Este hecho -me dice textualmente- le convierte a usted en nuestro cliente favorito. Y acto seguido como prueba de esta distinción me entrega también gratis un móvil con el anagrama de Azulejos la Imperial.

Yo ya no sé si debido a la pericia de la joven vendedora, o a mi incauta candidez consumista, después de tres horas de charla, me vi envuelto en la firma de un contrato por valor de dos mil y pico de euros a pagar en treinta mensualidades. El plato solidario, entrante y motivo de este encuentro comercial, seguía allí encima de la mesa metido en su estuche entre escandalizado y atónito, sin destapar y mudo.

Después de las firmas y fotocopias pertinentes la muchacha y yo nos despedimos. Era ya casi de noche. Luego en la cama la cabeza me daba vueltas. No conseguía conciliar el sueño. No era Azulejos la Imperial la única responsable de mi malestar. Al fin y al cabo esta empresa lo que hacía era mirar por su negocio. Pero lo que más me repateaba es que Azulejos la Imperial se aprovechara de mi compasión sensibilera para hacer su agosto con desfachatez tan morbosa. Sólo pude dormirme cuando me dije a mí mismo:

Mañana en cuanto amanezca llamo a las oficinas de Azulejos la Imperial y cancelo el contrato. Inmediatamente cojo el coche y me voy a Sedebona; y al primer damnificado que me encuentre le entrego en metálico el importe de la factura en su totalidad.
Lo único que me queda por contar de esta historia es, si cuando mañana me levante, me acordaré de cumplir esta promesa.

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