jueves, 7 de abril de 2011

La orza del pan



Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera
(Elliot)


¿Habéis sentido alguna vez algo en vuestro interior, algo que no sabéis qué es, ni a qué se debe, de tan olvidada que quedaron vuestras ganas? Es una sensación distinta, entre alegre y resentida, esa espera temblorosa e inquietante ante lo inesperado, y no por ello unida al miedo o al apabullamiento, sino confiada y obsesionadamente querida y odiada.

Dentro de él se cuece una dicha. Y el hombre percibe, no sabe dónde, su olor. Quiere relacionar este aroma con una sustancia conocida ¡Tantos años sin comer! Y no lo consigue. Huele el ambiente tratando de atrapar la sorpresa de su harina cocida. Cierra los ojos para mejor concentrarse y adivinar a qué se debe, pero es inútil, sus retortijones del corazón y de las tripas, la inapetencia le impiden saborear el caliente bocado de su pan injustamente sustraído por los ladrones del sistema:
¡Quien fuera perro para, con tan sólo el rastreo de este agradable y anticipado presentimiento, llegar hasta la presa por la que me relamo de gusto!
Su saliva se concentra debajo de la lengua, y como un bebé que sueña que se alimenta de un fértil pecho, sus comisuras se llenan de babas risueñas y agradecidas. Abre los ojos, y ve transformada su mirada. Todo es lo mismo. El grifo sin agua. La misma mesa con sus viejas vetas de roble, suaves olas que barren el tablero ayudadas de un sol rampante que se cuela por la ventana, y todo lo asola. Platos resecos de comida de hace muchos lustros.

Veinte mil niños de hambre asesinados al día. Todo sigue igual que ayer, la luz cortada, la fresquera vacía, igual que hace años en los que madre guardaba el pan en la despensa por si empeoraban los tiempos. No le importa que escampe o que llueva, que a los almendros este año se les haya olvidado florecer. No se acuerda del dolor de las ausencias, del color del trigo, ni del rojo de las amapolas. Y si el gato le escondiera ahora la zapatilla en el fondo de la cesta de la compra agusanada, no le sacudiría el lomo con su rabia recelosa y hambrienta.

Hoy perdonaría a su asesino, a la banca, a la Fao, porque sabe que, aunque le mataran, no podrían quitarle la vida, ¡la vida!, y este olor a pan tierno que se escapa de la orza.

2 comentarios:

  1. El pan de la orza tenía un sabor que todavía conservo en mis papilas gustativas. Nunca después he comido pan como aquel. Otra orza guardaba en pringue los embutidos caseros. Tampoco los encuentro ya en los supermercados.
    Habría que crear hoy día un ministerio de orzas de pan y chiche para distribuirlas por todo el mapa mundi. Y que se ocupara de que nunca les faltara el pan y el pringue a esos millones de niños que mueren de hambre.

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  2. Hay panes que no se olvidan, como las batidas de huevo de rancho, hechas con canela y horneadas en barro. La memoria guarda olores, cunado había, poco pero había. Hoy se mucho en las comilonas de los politicos, pero hay solo ausencia en la canasta de los pobres. Un abrazo Rub

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