lunes, 3 de enero de 2011

Pordiosero


Entre abetos cargados con cajas de colores vacías, pinos iluminados de estrellas ahorcadas en purpurina, paseo por las calles del centro de la ciudad. Frente a un gran escaparate un pordiosero con su mano abierta y de rodillas me dispara a bocajarro su indigencia.

La calle peatonal es estrecha. No puedo esquivarlo. Y casi tropiezo con sus trapos y muletas. Me mira suplicante. Me defiendo con frivolidad e ironía:
¿Por qué no le escribe usted mejor una carta a los reyes magos?
El mendigo me agarra suave del camal del pantalón y me dice desde abajo, desde su menesteroso abismo:
No crea, muchas veces antes ya lo hice.
Y para excusar mi anterior increpación y orgullo, arrepentido, ahora me muestro atento. No sé, pero detrás de cada mendigo, siempre pienso que duerme la elocuencia de un orador frustrado. Así que me dispongo a escuchar su etílica perorata de fervor encendido:
Un día mi respiración se apagaba. Tuve miedo. Necesitaba unos pulmones nuevos. Aquel con el que nací era una piedra de la que apenas salía un suspiro. Me puse unas gafas de niño, y en cuclillas sobre la consola de mis muslos pelados le escribí una carta a los monarcas de oriente. Le pedí al rey Baltasar, el más exótico, el último, el más feo, el más barato, que me trajera un fuelle, aunque fuese de segunda mano, para ventear este harapiento chisme de mi cuerpo enclenque. ¿A usted le contestó? ¡Pues a mi tampoco! Ni el viejo pascuero, ni papá noel, ni santa claus, ni el Dios que los fundara. ¡Nadie! Por eso no me canso de gritar a todos los niños que por aquí pasan que es mentira el cuento de los reyes magos. Ya ni los padres son los reyes magos, ni la madrina, ni la abuela, ni el concejal de turno disfrazado de berebere en su alazán enjaezado. Los reyes magos no existen, queridos niños, no os dejéis engañar. La única estrella es la que reluce en la sonrisa de vuestra cara. A todos los embaucadores de sueños habría que llevarlos al tribunal de la oficina del consumidor, y allí en una gran pira achicharrarlos vivos.

Yo sé de un niño que se llamaba Pierre, vivía en Haití, y le pidió al rey blanco un bocadillo con dulce de dátiles, pero el día antes un terremoto destruyó su carta. También conozco a otros reyes que le prometieron a Jeannet una casita de muñecas, que nunca llegó a su destino, se quedó a medio camino en el zaguán de un alto funcionario de la ONU. No es bueno mentir a nadie, pero es perverso engañar a una niña, defraudar a un pequeño. Como tampoco confío en que rey alguno venga esta noche a dejar en la chimenea que no tengo el pulmón entelerido que necesito.
Al acabar de hablar el pordiosero, de buena gana le habría dado veinte euros, pero me da vergüenza. Y le doy un abrazo.

Y el pordiosero, no sé si agradecido o malhumorado, me dice:
Vale, señor, que con su abrazo y veinte pavos, yo mañana me desayuno como un rey en el Saturno Hotel

1 comentario:

  1. es una pena que perdamos la ilusion de la infancia, y que algunas personas conviertan ese día en un consumismo puro y duro, pero es así la vida, pero mientras que llegues adulto y sepas la verdad lo mejor y más bello es vivir esperando que llegue pronto la mañana del día de reyes y aunque solo sea un muñeco de trapo lo que nos dejen nos emociona saber que por nuestra casa pasaron los tres reyes magos de oriente , un besin de esta asturiana que aunque ya adulta me gusta muchisimo que el día de reyes me regalen una sonrisa y un beso
    y si por si acaso tu no escribiste la carta todavía yo te regalo mi sonrisa y un besin muy muy grande de esturiana, que para ella es un placer leerte.

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