Salvatore Paleta, el surrealista por antonomasia del siglo XXII, vomitó.
Las salpicaduras de su saliva revueltas con el café, y las migas del pastel se estamparon contra el mármol del pavimento de la cafetería del Brooklyn Hotel, donde esa mañana desayunaba el artista en compañía de un adinerado coleccionista, monsieur Duval. Y cuando el francés, y a la vez crítico de arte, se dio cuenta de la original composición salida del estruendo vomitero de su afamado comensal, encargó al jefe de camareros que con un secador en frío congelaran aquella maravillosa obra salida de lo más hondo del espíritu creador de Salvatore.
Luego de mirar el señor Duval congraciado, como buen marchante, desde los diversos ángulos del salón el resultado final de la regurgitación del maestro Paleta, pidió al director del hotel, que por favor hiciera arrancar de cuajo, y con esmerado cuidado, todas las losetas encharcadas por el arrechucho gástrico del artista, que luego él en persona se encargaría de recompensarles sobradamente. El director del hotel, si no profano en arte, sí al menos hombre comedido, dijo al marchante:
No es que yo quiera disentir de su sentido artístico, monsieur Duval, pero el querer hacer de la mera indisposición gástrica de su amigo una obra de arte me parece una burrada, por no decir que luego la Inspección del Departamento de Salud Pública podría sancionarnos por el mal estado de nuestra bollería. Para mi, más se parece el fuego al agua, que esta vulgar arcada, a un cuadro.No hace falta decir que el criterio afinado de monsieur Duval prevaleció sobre la modesta apreciación del director anónimo de un hotel de la zona italiana de Brooklyn.
El blanco de la saliva en combinación con el negro del capuccino y el gris de la bilis reprimida del artista, junto con el salpullido espolvoreado de la leche cortada del padre del superrealismo, formaron sobre el soporte de la cerámica, (luego de ser pasada por el fuego policromado de las cocinas del hotel), lo que hoy es considerado como la obra más reconocida del movimiento pictórico de los últimos años, y denominado con justicia ars totalis. Y es que los pigmentos de la nata y canela del dulce del desayuno salpicaron tan armoniosamente todo el conjunto, que la obra parecía la expresión más genuina del hastío vital.
Y con este mismo título, Hastío vital, aquellas seis losetas que tuvieron el honor de ser vomitadas por el maestro Salvatore, lucen hoy en el Moma de Nueva York.
Ja,ja,ja me has recordado aquellas escupideras que había en los lugares públicos con su cartelito de "Prohibido escupir fuera de la escupidera"...ja,ja. Las recuerdo vaya sí las recuerdo.
ResponderEliminarA lo mejor debería haber una en el Moma...
No me gusta este tipo de arte, que tanto gusta por aquí últimamente.
Besicos