lunes, 31 de enero de 2011

El mago de Oz



Desde que un día en las puertas del Corte Inglés presencié la escenificación del Mago de Oz por un grupo de marionietas, siempre creí que este libro era un cuento cursi de esos que unos listos sacan tajada para consumo de párvulos de colegios de paga con puñetas almidonadas, o de niñas que sueñan con hadas y muñecas de porcelana.

Y ahora, cuando al cabo del tiempo, al fin libre de prejuicios tontos, lo he leído, (en mis años de niño otros eran los cuentos que nos contaban, más crueles y perversos, como Caperucita y el Lobo), llego a la conclusión de que estaba equivocado.

El libro de Baum, al igual que el Principito de Exúpery, utiliza las artimañas de los cuentos infantiles para seducir a mayores un tanto díscolos o inadaptados, o tal vez como yo, desperanzados con esperanza. Y es que, aunque no lo parezca, El mago de Oz es un libro canalla, underground, contra el establishment, que cuestiona la inteligencia, cuando no la ridiculiza:
"Si vuestras cabezas estuvieran llenas de paja como la mía -dice el Espantapájaro- tal vez viviríais en sitios hermosos"
Y esa ironía velada en el decir cuerdo del Leñador de Hojalata, de que los hombres sin corazón en ocasiones suelen ser más sensibles, tiernos y compasivos que aquellos que se las dan de filántropos o salvapatrias, me recuerda a la figura de aquel otro incomprendido Quijote de Cervantes vapuleado y también loco a su manera.

Tendría que acudir a la biografía de Frank Baum para confrontar mi suposición tal vez no ajustada a sus intenciones de autor didáctico, pero aunque mis sospechas fuesen infundadas, nadie me podrá decir que El mago de Oz, como otros muchos cuentos, a pesar de su apariencia clásica, es un tanto antisistema. Y no me refiero al estilo, que es directo, concreto, hilado y sin florituras, (como corresponde a su género), sino al fondo, que pone en entredicho valores tan consolidados como la autoridad, el poder establecido, y que cuestiona la fuerza bruta simbolizada en el León, y la atribuye a su propio miedo y cobardía.

Pero donde más me convenzo de que este cuento trata de desmontar y desmitificar el patrón, tan sagrado como artificioso, de las creencias establecidas, es sobre todo al final, cuando descubro que el transformista Mago de Oz, tan cacareado y omnipotente, capaz de satisfacer todas las aspiraciones de los protagonistas del cuento, es un pobre hombre, cuando no un taimado e impostor. Todo un fraude, un Dios con los pies de barro. Y como Iván Illich yo también pregunto: "¿Llegará el día en que nos atrevamos a vivir en el país de los ídolos rotos?"

En resumen: un cuento traicionero que trunca la apacible realidad de una niña; y convierte en deseo lo que ya poseía, y que las fuerzas del viento, el destino o la desgracia le arrebató injustamente. Y es aquí donde yo noto y siento la falacia bien llevada que me cautivó por su audacia: hacer de la vuelta a la realidad un milagro, que no hubiera hecho falta, si las cosas hubiesen sido normales, o sucedido según su naturaleza.

2 comentarios:

  1. Convertir en deseo lo que poseemos sería la máxima de nuestra pobre sabiduria en la vida cotidiana y me prometo comenzar a leer cuentos que por leidos en la infancia de una manera adaptada o meramente dibujos con mermado texto, nos hacen creer que sabemos de ellos, cuando no tenemos ni idea.

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  2. Me creerás que no lo he leído y menos visto completamente, porque me da pereza mental?, así tal cual como me lees, pero tomando tu escrito voy a intentar leer este libro con ojos tuyos a ver si me canta lo que te cantó a tí.
    Creo que no tuve una infancia letrada, anduve por las plazas jugando a la pelota y encumbrandome en patines, si llegaba un libro a mi vera tenía que ser la cenicienta o la blancanieves, siempre estuve enamorada de los príncipes y las historias de amor,jajajajajaja, del espantapájaros ni idea y de aquella doncella de calzado púrpura brillante ni por las tapas. Quizá sea hora de retroceder y hacerme niña nuevamente.

    Un abrazo amigo y como es de costumbre, encantada contigo.

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