martes, 23 de noviembre de 2010
El saxo, la rosa y John Milton
Llevo dos horas con Tema para saxofón con sordina de Pietro Tacitoni. No hay manera: mis dedos no terminan de hacerse con la obertura opus 7. Dejo el saxo que suda mi saliva. Me tienta El paraíso perdido de John Milton, pero mis ojos, aún atestados de semifusas inquietas, no me dejarían leer ni una coma. Delante, también, una tardía flor abandonada.
El saxo, la rosa y el libro, y yo, como ellos, en silencio, me adentro tierra a dentro sin conseguir mi deseo. El saxo yace tendido con sus agujeros vacíos de notas muertas por el suelo. La flor enmudecida llora entrecortada su efimeridad absorbiendo la tierra que la consuela apenas. El libro con las tapas de sus letras abiertas, espera la lectura vital que no llega.
Triple silencio de gritos provocadores: el saxo, el libro y la rosa, negados por su propia esencia. El color, el sonido y la imagen tejen de alambre y humo todos los sentidos bulliciosos de mi cuerpo. El oro de la muda melodía acalla con el níquel de sus destellos fríos la tarde arisca y enmarañada por un viento a contra corriente. Los pétalos rizados de la flor se resisten a morir, otoño oxidado que se arrastra a los pies del árbol. El libro quiere ser fecundado por un falo terrenal que lo avive. Tres deseos como tres palmeras de artificio en un fin de fiestas aguado por la lluvia, emborronado por la pólvora mojada de un desconsuelo: no poder oír el silencio de estos tres elementos.
Los cipreses del huerto no escuchan un resoplido de ansiedad jadeante: la canción ensordecida, el color desvaído y la verdad secuestrada.
¿Es qué no hay nadie ni nada que haga hablar a la rosa, ponga música al desaliento, y letra al callado concierto de esta tarde que se muere egoísta de ocres, grises y nostalgias? - parecen decir las hojas humilladas en su destierro.
Es sencillo escuchar una palabra, percibir un murmullo. Lo difícil es oír un libro, el callado temblor de la flor, el clamor del saxofón, que sin abrir la boca me susurran en esta tarde de amarillos derrotada canciones que no oigo. ¿Por qué no os dejáis oír, oh silencios? Mirad a la buganvilla entrecortada ¡y nunca habló nadie tanto como ella, con su encendida voz avergonzada!
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Un texto magistral. La metáfora entretejida con la imagen poética en una prosa desbordante de belleza y sensibilidad.
ResponderEliminarPara conseguir escuchar el susurro de las cosas que nos rodean es preciso tener muy despiestos y atentos los oídos del alma.
Y me alegra ser la primera en comentar esta muestra de que tú lo has conseguido alguna vez que otra, aunque no presumas de ello.
Precioso texto.Notas de saxo acuden a mis oidos.
ResponderEliminarUn saludo.