lunes, 19 de abril de 2010

Domund viviente

Recuerdo de niño el privilegio de los enchufados de la escuela: repartir la leche americana, llenar los tinteros de los pupitres, cerrar al final de las clases las ventanas, apagar las luces, o cuando el maestro se ausentaba apuntar en la pizarra a los que hablaran...

Nunca me apenó ser excluido de esta tareas de responsabilidad señalada, no porque no las deseara, sino porque acarreaban el rechazo y la burla consiguientes de los demás compañeros.

En el mercado de los sábados una peregrinación de hombre y mujeres cargados con sus carros de la compra se agolpan alrededor de los puestos de verduras. En tiempos de crisis todos miramos la peseta. Los hay que se acercan a última hora. Los vendedores antes de volver a cargar en sus furgones y camionetas plátanos y tomates recalentados por el sol de todo el día ofrecen más baratas sus manzanas y hortalizas. Hay quienes, ambulantes y por libre, venden cabezas de ajos, cerillas, calcetines y amores de segunda mano. El mercado de los sábados del pueblo es todavía un acto cultural, viva representación festiva y colorista, lugar de charla, encuentro y ágora como se dice ahora. Churros calientes. Campo abierto a la publicidad donde los ocativilleros reparten propaganda del mejor merendero, la parcela ideal. Un hombre vestido de payaso regala entradas para el circo de la tarde. El mercado de la Compañía es el termómetro de la Bolsa de Molina, mitin y pancarta, púlpito y algarada, plante de cuchicheos, y sobre todo oración de súplica en esta mañana de abundante clamor y carestía:

Mientras un negro entre la gente agolpada se abre paso como puede con una gorra en la mano.
¡Por favor. Por mis hijos: Para comer. Por favor!
Y entre aquellos honores con que el maestro distinguía a sus preferidos, hoy después de cincuenta años me acuerdo de aquel otro favor del que privado me vi en mi etapa escolar, y que ahora por fin consigo: tener en mis manos el busto de aquel chinito de los domunds de mi infancia. Un niño aupado por su madre se acerca al negro, coge con respeto su cabeza como si fuese la hucha de mis años de ensueño y deposita en su cara el óbolo de un beso.

1 comentario:

  1. Cómo me has recordado aquella etapa de escolar de una escuela unitaria de barrio (pedanía)y la vergüenza que pasaba hucha en mano...
    Yo también tomé leche de los américanos y queso holandés para merendar...
    A mí me encantan los mercados y cada jueves qué puedo voy muy temprano,tan temprano que los puestos todavía están a medio poner...
    Me encanta el final de tu relato como siempre magnifico y dando mucho que pensar.
    Besicos, Juan.

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