No fue presidenta de ningún ropero parroquial, ni sufraguista. No tuvo ni un simple aval que le permitiera ser admitida en los anales del inquebrantable recuerdo, aunque sólo fuese de forma anónima. Tampoco fue mujer que mereciera llevar cosido al nombre de soltera el apellido insigne de ningún marido. El suyo murió olvidado al otro lado de la frontera en un derribo cuando trabajaba de peón en una obra de siete pisos. Luego ella también moriría en silencio después de sacar adelante sus siete hijos. Menos uno que murió en el bando republicano; y otro tísico, a los dos meses de volver de la guerra.
Esta amnesia de Género en esta mañana indiferente del mes de la Mujer se me escapa a voces cuando una de sus hijas esculpe en cuatro palabras la memoria de su madre que aquí dejo tal como ella me la cuenta, como insignificante y permanente gota de agua capaz de perforar la piedra olvidadiza de la corriente y común historia de la vida de muchas, casi todas, la mujeres de una época:
Recuerdo a mi mi madre siempre hasta muy tarde, en la fábrica, ayudando a mi padre en las faenas de la huerta y trabajando ajeno, sirviendo en casas de señoritos. Como éramos cinco hermanos, nos pedía a los mayores cuidar de los más pequeños. A ella no le quedaba tiempo ni para jugar con nosotros. Siempre iba muy cansada. Nos dió de mamar hasta los tres años. Y además amamantaba también a hijos de madres que no tenían leche. Las comidas eran de olla de los cultivos de nuestra tierra arrendada. Y comíamos todos juntos. Los domingos en familia íbamos a ver a mi abuela que nos hacía tostones y pan casero con pimentón y miel. La recuerdo también siempre cosiendo y zurciendo calcetines y remiendos de pantalones al tiempo que cantaba canciones de zarzuelas. Tuve que empezar a trabajar a los trece años y dejar la escuela porque tenía que ayudar a la casa. Y me obligaba a asistir a una escuela nocturna, ya que ella empezó a servir interna a los diez años y no pudo hacerlo porque tenía siete hermanos y vivían en el campo. Se casó en la guerra por lo civil y vivió en casa de su suegra los primeros años de su matrimonio. Era muy buena vecina y su casa siempre estuvo abierta a todo el que la necesitara. Ya mayor, enferma de cáncer, dijo que no quería morir en los hospitales. Y murió como ella quiso en su casa rodeada de sus seres queridos.
Mujeres asi, marcan historia y dejan su huella imborrable.
ResponderEliminarSuerte para quienes la conocieron y sintieron su cariño. Hasta nosotros, que sin haberla visto nunca, reconocemos su historia en tantas y tantas otras mujeres (y hombres, por qué no) nos produce mucha admiración.
Sin duda el testimonio llega lejos. Preciosa entrada, Juan.
Un fuerte abrazo.