martes, 5 de enero de 2010

Cura te ipsum


La niña, hoy mujer, no se acuerda de su progenitor perdido allá en los acantilados de su infancia atormentada. Y tanto no se acuerda, que es hija de madre soltera, según ella.

Cuando en situaciones límites se sufre mucho por algo , bloqueada queda la zona encargada de recibir la información punitiva. "Puro mecanismo de subsistencia" aclara el doctor.

El dolor en su camino desgarrado llega a un punto que deja de ser llanto para convertirse en insensible y neutro, y la pena se deshace en la nada como esa mancha de pintura por el efecto del aguarrás o la lejía.

La zona erógena de la niña, las partes más sensibles de su cuerpo, costras inmunes al amor y al sufrimiento, se endurecieron cuando el padre la obligó. Desde entonces el entendimiento de la niña se negó a la evidencia. La hembra hoy no acepta la existencia de falo alguno en su vida.
"Recuerde, recuerde..."
La niña, ya mayor, es arisca, odia, rechaza a cualquier muchacho que se le acerca con un requiebro natural o un sincero galanteo. Es alérgica a los hombres. Y confundida en su más profunda identidad acude al doctor porque quiere dejar de ser misándrica. Y aún ahora tendida en el diván no sabe si está delante de la profesionalidad de un doctor bueno que le pide que recomponga el nombre de su padre, o frente a la monstruosidad viril de un bruto que amparado en su postura erguida le dice que cierre los ojos y piense en el hombre que puso la semilla en el vientre de su madre.

Hay dos maneras de atajar el mal: en su origen o en sus efectos. Si recurriéramos a las consecuencias no del todo quedaría garantizada la terapia. No es lo mismo tomar una pastilla de almax a media noche cuando en plena digestión la acidez te corroe el estómago tras una opulenta cena, que ingerir en ayunas tu cápsula de omeprazol correspondiente, y libre de acedías quedas para toda la jornada. Es por eso que el analizador insiste en las causas. ¡Cual grande debió ser el escarnio sufrido por esta mujer en su infancia que no quiere reconocer siquiera la sombra de su padre!
"Recuerde, recuerde..."
Es inútil que Artemisa niegue la existencia de Helios para que el sol se vista de luz cada mañana. Puede que su padre fuese un deprevado, un sádico; pero aún así la mujer necesita encontrar a un padre, aunque sea para matarlo y librarse al fin de esta espina -pene erizo- que le atormenta y le niega el placer de ser persona y sexo.

La mujer es terca, terca son sus neuronas, sus estrógenos, más tercas que la capacidad de olvido del analista. El doctor deambula por la consulta, se pasea desde el diván al escritorio como Pedro por su casa:
"Recuerde, recuerde, señora..."
Y en una de esta sesiones en que a la mujer tendida en el diván le asoma más arriba de sus rodillas una cicatriz parecida a una mordedura de rata, el doctor descubre la huella de sus propios forcejeos en el muslo de su paciente. Y en lugar de recordar la mujer los zarpazos de su padre, es el doctor quien recuerda ahora que son suyos aquellos abusos de su paternidad irreconocida e innombrable.

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