martes, 6 de octubre de 2009

Oficio peligroso


Me parece que fue Bolaño el que dijo que la literatura es un oficio peligroso; pero hasta que no vi a dos palmos de mis narices la placa de aquel policía, no me tomé en serio la opinión del autor de "Los detectives salvajes".

Al contrario. Siempre consideré que ser escritor resultaba seguro, hasta cómodo y gratificante. Siempre admirado por un público que en realidad no me conocía de nada. Protegido por el escudo invulnerable de mis textos, nunca tuve miedo a fantasma alguno. Pues al ser todos de mi dominio, controlados los tenía.

Y vengo ahora a desentrañar las circunstancias de ese particular momento a partir del cual mi vida pasó de ser un dulce remanso bajo la sombra de un abeto del Parnaso, a descabellado, también a la sombra, trance por penales y comisarías.

Atareado estaba en el último capítulo de mi novela "Caso no resuelto" en la que después de muchas insinuaciones, todas en balde, dejaba al lector defraudado e ignorante de la autoría de un asesinato. Y tan metido estaba en la trama, que para ocultar al criminal, alimentaba mi novela con experiencias que yo mismo fabricaba con sigilo y guante blanco para consolidar la tesis de la no imputabilidad del crimen.

Luego el inspector me calzó las esposas. Ni siquiera tuvo que decirme "se le acusa de encubrir con sus letras un asesinato, que a resulta de las pruebas que obran en poder del juez, usted es el único responsable".

No hay comentarios:

Publicar un comentario