viernes, 16 de octubre de 2009

No creo, sí creo


Mi amigo, convencido apóstata, tan convencido, que fue a la curia para que en su partida de bautismo reinscribieran su abjuración de fe. Y con un quod dixi, dixi inamovible el deán le denegó su increencia.

Al perjuro de mi amigo, además de su coherencia (no querer figurar como hijo de un Dios de quien no se fía al decir de Saramago), acostumbra contradictoriamente a refugiarse en el silencio tranquilo de las iglesias. Allí en la umbría sagrada del templo se siente reconfortado, y pone a refrescar su descreído cuerpo entre recado y recado al recaudo de Morfeo o de otros dioses si se tercia. Y me dice ahora:
"¿A quién no le seduce el misterio, las presencias invisibles, llenas de ese vacío que conforman la plenitud de un sentimiento caliente y desbordado?"
Mi amigo suele entrar en las iglesias cuando sabe que no hay tumultos ni celebraciones, ritos ni tramoyas que le distraigan. Pero mira usted por donde en una de esas estancias se quedó dormido, y fueron del cura las palabras "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» las que, despertándolo, le hicieron exclamar:
"¡Tan acompañado y solo que me siento dislocado!"

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