lunes, 6 de abril de 2009

Esquirla del tiempo



El tiempo, esa piedra que cae ladera abajo desde el monte de la eternidad. Y en la frondosidad del valle bajo la sombra de una nube pasajera, el cantero talla el instante, su obra, su imagen, el momento, un trozo de la inmensidad desprendida de las cumbres.

De tanto esculpir la piedra las manos del hombre son guijarros, sus pies de tierra. Él mismo es la piedra que martillea. Y en uno de esos golpes que da a la roca que cayó de las alturas, el pedrero descubre dentro una diminuta esquirla de nieve, color de las estrellas que se incrusta en la yema de sus dedos.

Sus manos sangran, pero no es sangre lo que sale de sus grietas toscas, es polvo precioso que de su herida brota. Y su instinto es cortar la hemorragia, que no se agote la nieve cristalina que de su interior se escapa. Y con su lengua y saliva su dolor empapa. Es inútil. Esa nívea esquirla que se derrite está envenenada.

Y el hombre siente en su último aliento la brevedad infinita.

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